Empecé este blog con 16 años y otro nombre (Dime que series ves y te diré cómo eres). En un principio solo hubo cabida para las series de televisión, pero más tarde amplié el contenido a todo aquello con un mínimo de ficción, incluso la propia vida. Decía Susan Sontag en Contra la interpretación que «en las buenas películas existe siempre una espontaneidad que nos libera por entero de la ansiedad por interpretar». Pero Carrie Bradshaw también decía en la excelente Sexo en Nueva York: «No pude evitar preguntarme».

domingo, 24 de febrero de 2019

Fotogramas que molan (III)


En «Vámonos, Bárbara» (Cecilia Bartolomé, 1978), hay una escena sincera, a la par que polémica.

Durante uno de los viajes de esta particular road movie entre una madre (Amparo Soler Leal procedente de la turbia «Mi hija Hildegart») y su hija, ambas presencian un rifirrafe entre el autobusero y las pasajeras. 

Después de que se baje del autobús una joven con sus 4 hijos (va a cuidar a su madre enferma), una señora manifiesta en alto su lástima hacia ella: «Pobre criatura... A ese marido habría que castrarle». Es cuando el conductor intercede: «¡Oiga usted, ni que fuera sólo culpa del marido! A ver si ella no tiene nada que ver...». Otra pasajera le rebate. Él vuelve a la carga: «Pues para eso se casan, ¿no?». «Sí, para que la espatarren a una y le hagan una barriga cada año. ¡11 tuve yo y 14 mi madre!», le contesta la primera mujer. «¿Y qué quiere usted, que se lo echemos a un perro?», se defiende él. Surge entonces una improvisada conversación entre las pasajeras: «Si un tío tiene miramientos y lleva un poco de cuidao...» / «¡Que van a lo suyo y a una que la parta un rayo!» / «Lo que yo digo... ¡que habría que cortársela!».

Y el señor al volante se enfada: «¡Ya está bien señora, que estoy hasta las narices de oírle insultar!». Ella no se amilana: «¡Pues se tapa las orejas! Y haga el favor de mirar cómo conduce, que nos va a estrellar por meterse en donde no le importa»

Y llega la amenaza de él: «¡O se callan o no sigo!». Y no sigue. Frena y se baja del autobús a fumarse un cigarro. Ellas se amotinan y corren tras él.

PD: Me desconcierta el hecho de que esta película fuera una suerte de remake de «Alicia ya no vive aquí» (Martin Scorsese, 1975), 

domingo, 10 de febrero de 2019

Fotogramas que molan (II)


Eusebio Poncela y una niña Manuela Velasco en «La ley del deseo» (Pedro Almodóvar, 1987). Quizás sea la escena más icónica de esta película. Madrid y su sofocante verano son personajes secundarios. El maravilloso personaje de Carmen Maura una actriz transexual, hermana del cineasta protagonista– tiene tanto calor que una noche le pide a un trabajador de la limpieza que le riegue enterita. Es un acto de liberación y rebeldía. La película es ELLA. 



Me gusta cómo Almodóvar (con cameo inclusive como dependiente de una ferretería) introduce la pantalla partida durante la conversación telefónica entre Pablo (Poncela) y su examante Juan (Micky Molina se da un aire a Álex García). «Estoy tratando de olvidarte y cuando uno trata de olvidar, no escribe», le dice el protagonista. 


Almodóvar marcándose un fugaz cameo como ferretero

Más allá del guiño paternofilial (los Guillén como padre e hijo policías), me quedo con el ¿guiño? a «Arrebato» (Iván Zulueta, 1979): la escena de Pedro, el cineasta, con una fan (Marta Fernández Muro). En la película de Zulueta, los personajes de Poncela y Fernández Muro comparten amistad, droga y curiosidad malsana hacia el primo de ella, el enigmático Pedro (Will More).

La ley del deseo (arriba) y Arrebato (abajo) 


domingo, 3 de febrero de 2019

Fotogramas que molan (I)


Eusebio Poncela en «Arrebato» (Iván Zulueta, 1979). El escenario es reconocible: la Plaza de los Cubos de Madrid. Años más tarde, Poncela volvería a protagonizar una escena en este mismo lugar en «La ley del deseo» (Pedro Almodóvar, 1987). En ella, su personaje (un cineasta homosexual) se despide temporalmente de su nuevo y obsesivo amante (Antonio Banderas). Donde desayunan (la cafetería con paredes de color naranja) es ahora un 100 Montaditos. El Burger King, de fondo, está ahora en otro local más a la derecha de la plaza; ahí ahora hay un McDonald's. Parece que al cineasta manchego le gusta esta localización. En la soberbia «Julieta» (2016), hay una escena en el subterráneo que conecta con la Calle de Martín de los Heros; más concretamente en la fachada de los Renoir Princesa.