No me gustó 'La vida de Adèle' (Abdellatif Kechiche, 2013), lo que me cabreó notablemente. Ir a contracorriente a veces es placentero pero hay ocasiones en las que uno tan sólo quiere sumarse a la unanimidad y disfrutar de películas alzadas a la gloria por la masa cinéfila. Confieso ser un mal cinéfilo; no suelo tolerar las películas excesivamente largas por lo que fue un tanto incómodo estar sentado tres horas en la butaca del cine.
Mi conciencia: -¡Sabías a lo que ibas!
Yo: -Pues sí.
De ésto hace ya dos meses. Los culpables de este post son el tiempo y la memoria, artífices de permutados pensamientos y sensaciones. Lamentablemente 'La vida de Adèle' pertenece a esa categoría de películas que ganan con el tiempo. Afortunadamente pertenece también a otra categoría: al cine que cala hondo. Que penetra. Que convierte tres horas de ficción en minutos diarios de realidad. No hay día que no recuerde alguna escena o diálogo de ella. ¿Cómo olvidar el momento en el que Adèle se cruza en la calle con "la chica del pelo azul"? ¿O cuando se conocen en el bar y descubre que su nombre es Emma? ¿O su primer paseo desde el instituto de Adéle ante la mirada atónita de sus compañeros? ¿O su primer beso con los rayos de sol atravesando sus labios?
'La vida de Adèle' se merece un reconocimiento por contener tanta realidad. Por no ajustarse al manido planteamiento-nudo-desenlance. Por tomarse tiempo en las elipsis. Por retratar el amor adulto de una nueva generación. Por construir un punto de vista propio sobre la homosexualidad y el adulterio sin recurrir a clichés ni convencionalismos. Por su espléndida fotografía. Por crear dos mundos, dos realidades, dos maneras de ver la vida y vivir, dos personajes femeninos de carne y hueso. Por hacernos creer que lo heterogéneo es homogéneo. Por llevar a cabo una sincera y austera anatomía de una relación sentimental. Estoy seguro de que volveré a verla en algún momento de mi vida.
"Siento que estoy fingiendo en todo, soy yo a la que le falta algo"
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