Empecé este blog con 16 años y otro nombre (Dime que series ves y te diré cómo eres). En un principio solo hubo cabida para las series de televisión, pero más tarde amplié el contenido a todo aquello con un mínimo de ficción, incluso la propia vida. Decía Susan Sontag en Contra la interpretación que «en las buenas películas existe siempre una espontaneidad que nos libera por entero de la ansiedad por interpretar». Pero Carrie Bradshaw también decía en la excelente Sexo en Nueva York: «No pude evitar preguntarme».

martes, 4 de febrero de 2020

El ten con ten de «SKAM España»

Viri (Celia Monedero), durante una dramática escena de la tercera temporada de «SKAM España» | Movistar+

La existencia de «SKAM España», de Movistar+, responde a una necesidad y a un éxito.

¿La necesidad? De atraer a un público joven –como el que ve cachitos sueltos de «La resistencia» en redes sociales– que multiplique las visitas en YouTube y, por qué no, acabe pagando en un futuro cercano Movistar Lite; o básicamente de crear marca. Siempre pensé que «SKAM España» tenía más sentido por su vertiente didáctica en una plataforma como Playz, de Radio Televisión Española, pero que Movistar+ apueste por un producto transmedia como este (*), dejan claras sus intenciones desde su lanzamiento en 2015/16.

(*)Cada capítulo se divide en múltiples clips que van emitiéndose en YouTube a lo largo de la semana a tiempo «real». Los breves vídeos se alternan con capturas de pantalla de conversaciones de WhatsApp y contenido de Instagram/YouTube subido por sus personajes ficticios. Cada uno elige qué «SKAM España» ve, pues también existe la modalidad de ver el episodio completo, del tirón, cada domingo en Movistar+. Esto último tiene truco durante la actual emisión de la tercera temporada: las escenas en solitario de Viri sólo pueden verse si estás abonado a la plataforma.

¿El éxito? Como remake bien meditado, responde a la fama –sin exageraciones– mundial que se granjeó la serie original noruega entre 2015 y 2017; especialmente su tercera temporada, protagonizada por el chaval homosexual del grupo de adolescentes y seguramente el primer contacto para muchos espectadores que, una vez finiquitada la historia de Isak (Tarjei Sandvik Moe), sintieron curiosidad por ver qué había pasado en las dos temporadas anteriores y qué pasaría en la siguiente. 

Aquí ha pasado más o menos lo mismo: tras una primera temporada centrada en Eva (Alba Planas), el personaje menos interesante de la saga pero perfecto para introducirnos en este universo adolescente, sus traductores decidieron darle un mesurado meneo a la adaptación española: cederle el protagonismo a un personaje muy secundario de la serie-madre como Cris (interpretada aquí por una Irene Ferreiro que se come la pantalla y al resto de sus compañeros) y –doble pirueta– traspasarle a ella parte del arco argumental del famoso Isak noruego. Fue un paso más allá de lo que estaba haciendo «Skam Italia», que invirtió el orden de emisión de las temporadas 2 y 3. Desconozco cómo y por qué aquí se tomó tal decisión, pero la ficción televisiva española («Física o química», «Al salir de clase», «Élite»...) ya había dado protagonismo a adolescentes gays, por lo que hacer un corta y pega de la historia de Isak no parecía muy revolucionario en 2019.

Para los seguidores de la original puede que la historia perdiese gancho, pues intuíamos qué escondía Joana (Tamara Ronchese), el interés amoroso de Cris, y preveíamos el drama parejil que se iba a montar, pero el desparpajo y fuerza de la protagonista y su nada forzada salida del armario como bisexual aumentaron la visibilidad y los titulares de la producción de Movistar+ y Zeppelin. En mi caso, tras ver su primer episodio por motivos profesionales, no seguí la historia de Eva, pero el teaser de la segunda temporada me hizo regresar. Estoy convencido de que muchas adolescentes y jóvenes no heterosexuales le dieron una oportunidad a la serie por semejante motivo.

Tráiler de la segunda temporada de «SKAM España» en el que se confirmaba quién era su nueva protagonista y cuál iba a ser su dilema | Movistar+
Y ahora, medio año después, «SKAM España» ha regresado con una tercera temporada que me generaba dudas (uf, Nora), pero que, de momento, no se está perdiendo en la traducción. Las temporadas 3 y 4 de la «SKAM» noruega son tan, tan buenas que incluí la serie entre las mejores de la década para ABC, pero su segunda parte, protagonizada por su Noora (Josefine Frida Pettersen), fue un bache del que la ficción logró reponerse al desplazarse a los márgenes donde vivían Isak y Sana (Iman Meskini): orientación sexual, religión, inmigración...

Tras un primer año más que correcto (al fin y al cabo, la televisión pública noruega había estado contado la historia de una chica que llegaba a la conclusión de que, para realizarse como persona, tenía que cortar con su noviete), la serie aumentó exageradamente el número de clips por semana (había episodios que duraban más de una hora) y se metió en el barro hasta el fondo al idealizar y criticar simultáneamente la tóxica historia de amor entre la feminista Noora y el machito William (Thomas Hayes). No fue lo peor: la posterior trama de pornovenganza y sextorsión parecía sacada de otra serie completamente diferente. Aún así, el pasaje de Noora fue también el de la pizpireta Vilde (Ulrikke Falch), enamorada también de William, y la amistad entre las dos chicas. 

La versión española también parece estar interesada en las contradicciones de Nora como adolescente feminista, pero nuevamente sus responsables han introducido algunas variaciones –unas, ligeras; otras, drásticas– para no hacer una mera calcomanía. Empecemos por lo más evidente: el verdadero coprotagonismo de Viri (*), dos personajes inéditos como la hermana de Nora y su amigo Miquel, y la reducida presencia de Alejandro (nuestro William). Si en la versión noruega, la relación de Noora y Vilde se veía afectada por la competencia, ya no sólo por William, si no por ver quién era más atractiva (**), a la española parece importarle más la diferencia de clases entre ambas. Para escena, un botón.

(*) La Vilde noruega sólo tuvo un minuto de gloria en el episodio final. Aquí se le ha dado un padre en paro y una madre que trabaja todo el día limpiando para llegar a final de mes. Se entiende que esta temporada 3 sea de Nora y Viri, pues ambas tienen que asumir responsabilidades más propias de adultos: Nora, como cuidadora de su hermana mayor; y Viri, como promotora en un supermercado para meter dinero en casa.
(**) La serie sugirió de manera poco sutil y en varias ocasiones a lo largo de sus cuatro temporadas que Vilde sufría –y acabó superando– un trastorno alimenticio. En cierto modo, su enfermedad se convirtió en un tema tabú del que sus personajes no hablaban pero sí eran conscientes.

Lo interesante de esta adaptación es ver cómo van encajando la biblia noruega de «SKAM» con las singularidades españolas; de ahí que un personaje como Nora, de clase media-alta, y Viri, de clase media-baja, vayan al mismo instituto público. Su moderada riña por Alejandro parece ser cosa del pasado; para justificar su presencia, los guionistas españoles han  hecho que el fuckboy repita Segundo de Bachillerato y así no forzar su brevísimo romance, fuera de cámaras, con Nora durante el primer trimestre.

Miquel (izq.), el estudiante de Periodismo por el que se cuela Nora (dcha.), junto a su hermana mayor en una fiesta | Movistar+
Ahí radica otra diferencia clave: la adaptación española ha aprovechado su parón veraniego-otoñal para, en su regreso en enero, meternos de lleno en la dinámica turbulenta de Nora y un dubitativo Alejandro que, además, se encuentra solo después de que sus amigos se hayan ido a la universidad. Para sorpresa o alivio de algunos, Nora y Alejando rompen en el primer episodio. Y en esta resta, se suma Miquel, intensito estudiante de Periodismo y amigo de la hermana mayor de Nora por el que la protagonista había bebido los vientos de niña.

Después de haber visto los primeros cuatro capítulos, se intuye que Miquel hará las veces del William noruego. Tanto Miquel como la hermana de Nora sirven además como vehículo para explicar la personalidad de la adolescente –feminista, reticente a perder la virginidad, reacia al alcohol– y quizás vayan a estar involucrados en la posible trama de pornovenganza/sextorsión (*).

(*) En la versión original, era el hermano de William quien le mandaba fotos a Noora de ella desnuda para hacerle creer que se habían acostado. Ella había estado casi inconsciente, por lo que creyó que la había violado. Sí, muy turbio.

Queda más de la mitad de la temporada por emitir, pero sus guionistas ya han soltado alguna migaja sobre la cuarta parte, ya confirmada, y protagonizada seguramente por Amira (Hajar Brown), nuestra Sana. En el 3x04, durante una conversación con sus amigas, cuenta lo ocupada que está con una asociación del barrio de jóvenes musulmanes. Está por ver si la adaptación española sigue la estela de la francesa, «Skam France», la primera versión en realizar una quinta temporada, protagonizada además por un personaje masculino inédito. Se supone que la alemana, «Druck», también sobrepasará dicha marca de la casa.

Y, ojo, que no todos las traducciones han funcionado; ejemplo de ello es «Skam Austin», la versión estadounidense desarrollada por Facebook Watch y la creadora de la original, Julie Andem. Su segunda temporada empezó a emitirse hace casi un año y las críticas fueron bastante tibias. Incluso The New York Times llegó a preguntarse en 2016 si este éxito noruego era traducible. En España, sí.

sábado, 18 de enero de 2020

«Néboa», otro thriller español competente que se aleja de «Madriz»

Curiosa manera de presentar al Teniente Ferro (Nancho Novo); primero de frente para después dar la espalda al espectador y recibir a la teniente Mónica Ortíz (Emma Suárez) y su hija (Alba Galocha) | Capturas de pantalla: RTVE.es

Más que un reencuentro (*), Nancho Novo y Emma Suárez protagonizan un desencuentro entre tenientes de la Guardia Civil en el primer episodio de 
«Néboa», la nueva serie de La 1 de Televisión Española. Estrenada el pasado miércoles 15 de enero, la producción continúa el gusto de la ficción nacional por el whodunit y el thriller después de que en 2019 la corporación pública estrenara con éxito, de público, «La caza» (**) y, de crítica, «Malaka». Entremedias estuvo la vitoreada, por clásica y honesta, «Hierro» (Movistar+), con una tremenda Candela Peña como una jueza goda que, en su destierro profesional, recala en la isla canaria el mismo día que aparece el cadáver de un chaval. Da la sensación de que el factor misterio es lo que hace que los espectadores españoles vuelvan cada semana a la televisión generalista.


(*) Ambos protagonizaron hace más de 25 años «La ardilla roja» (Julio Medem, 1993), una de las películas favoritas de Stanley Kubrick. También coincidieron en la siguiente película del cineasta vasco, «Tierra» (1996).
(**) Bautizada como «Monteperdido», pues su notable rendimiento en audiencias, por encima de los ahora inusuales dos millones de espectadjeó la renovación. La segunda parte se llamará «Tramuntana» (o sea, transcurrirá en Mallorca) y repescará a su pareja de investigadores.

A tenor del primer episodio, «Néboa» se asemeja tanto a «Malaka» como a «Hierro», dos de los títulos españoles más estimulantes del año pasado junto a la desmadrada «Señoras del (h)AMPA» (Telecinco) y la medemiana «El embarcadero» (Movistar+); todas ellas, por cierto, con mayor o menor pizca de thriller.

La nueva serie de La 1 recuerda a «Malaka» por salirse ligeramente del molde del género protagonizado por policías que investigan la desaparición y/o muerte de una joven; si en aquella, los primeros episodios se detenían en desarrollar los demonios internos de su trío de policías (el alcoholismo, la familia..., la corrupción individual) y los externos de la ciudad de Málaga (la pobreza, la droga..., la corrupción colectiva), aquí importa el calado mitológico de esta Galicia carnavalesca y supersticiosa con un asesino sacado del folclore que ha matado en varias ocasiones durante el último siglo. «No buscamos una leyenda. Buscamos una persona», sentencia la teniente Mónica Ortíz (Emma Suárez).

Con «Hierro», la comparación es más evidente al situar la acción en una isla, clave para encerrar a los personajes, acelerar los dimes y diretes entre ellos y así incrementar aún más la tensión; ejemplo de ello es la fallida huida del principal sospechoso en el primer capítulo de «Néboa». Ambas cuentan además con protagonistas mujeres, con sus rifirrafes iniciales con los personajes masculinos del cuerpo policial (la Teniente Ortiz rechaza de manera cortés pero tajante la ayuda del Teniente Ferro  de llevarle el equipaje durante su primer encuentro), y son ajenas e incluso reacias a la idiosincrasia del lugar donde se ha cometido el crimen; en «Malaka», a medida que avanzó la temporada, el protagonismo sí fue repartiéndose entre Maggie Civantos, Salva Reina y Vicente Romero. Y, ella, aunque venía de Madrí, era malagueña. Y si «Hierro» le devolvía su acento a estupendas actrices canarias como Mónica López y Antonia San Juan, en «Néboa» nos reencontramos con intérpretes gallegos como Isabel Naveira y Antonio Durán 'Morris', los charlines de «Fariña».

Los siniestros créditos de «Néboa» muestran la creación de la máscara del «Urco», el animal mitológico relacionado con los asesinatos de la isla gallega donde transcurre la ficción | Capturas de pantalla: RTVE.es
«Néboa» transita lugares comunes del género como la radiografía de una sociedad –en esta ficticia isla manda el empresario que da de comer a casi todos sus vecinos–, la visita de rigor a la habitación de la asesinada o la existencia de varios sospechosos está por ver si mareará mucho la perdiz o revelará sus cartas antes del último minuto–, pero su mayor aportación es el elemento sobrenatural y de ligerísimo terror (*) a partir de un escenario lúgubre, más propio de los noir escandinavos como «The Killing» que de las soleadas y sureñas «Malaka», «Hierro» y «Mar de plástico».

(*)Recuerda a «Punta Escarlata», aquella serie de Cuatro, producida por Globomedia, cuyos nueve episodios acabaron estrenándose en Telecinco tarde y mal.

El giro de guion con el que cierra la hora de presentación (los créditos iniciales lo aventuraban) es otro lugar común del género (una primera muerte suele derivar en una segunda...tarde o temprano), pero es una declaración de crueles intenciones y presagia una carrera a contrarreloj por encontrar al culpable en los siguientes siete capítulos, como aquella cuenta hacia atrás (*) de «Sé quién eres» (Telecinco), otro whodunit español reciente que retorció de manera entretenidísima la premisa de “chica joven desaparecida” y entendía que sin arrolladores personajes no había misterio que se sostuviese durante tantos episodios de casi 70 minutos cada uno.

(*)Bueno, más bien hacia adelante. Cada entrega mostraba en pantalla cuántos días llevaba desaparecida Ana Saura e incluso había un reloj digital en la comisaría que llevaba la cuenta.

Un último apunte: esta semana también se ha estrenado en Antena 3 otro thriller, «Perdida» (apenas 45 minutos duró), cuya premisa también está relacionada con la desaparición de una niña..., pero el asunto tiene miga... Daniel Grao es el ambiguo protagonista y la robaescenas es Adriana Paz, uno de los pocos pros de aquella tercera temporada de «Vis a vis».

martes, 17 de diciembre de 2019

sábado, 30 de marzo de 2019

Memoria amortajada


Sentenció José Ortega y Gasset en Estudios sobre el amor que «cada época posee su estilo de amar». A mi padre, Jesús, de 62 años, se le iluminan el rostro y la voz cuando la nostalgia le empaña el recuerdo sobre su noviazgo con mi madre, MariTina, de 58. Un sábado, de niño, pasamos en coche por un McDonald's de Madrid; papá nos contó a mi hermana y a mí que allí había conocido a mamá durante los ochenta cuando todavía era la discoteca Victoria. Él, de la capital; ella, de un pueblo salmantino, que se había venido pá Madrí como asistenta en un hogar de bien. Acabaron en Suiza sin pasar por la vicaría. Jesús siempre rememora la primera persona con la que habló cuando llegó al pueblo, sin previo aviso, en busca de MariTina. Le preguntó por el barrio Las Tenerías, que dónde vivían Manuel y Gene. Aquella interlocutora era mi tía-abuela, Cecilia, a punto de enviudar de su esposo. Mi padre siempre revela que comprendió lo mucho que quería a Gene –su suegra, mi abuela– cuando, recién muerta, la observó amortajada en el tanatorio. Cuatro años antes, mi abuelo materno había sido amortajado en su casa.
*

El amortajamiento protagoniza uno de los momentos más punzantes de Dolor y gloria, lo nuevoúltimo de Pedro Almodóvar. La madre del protagonista (un cineasta venido a menos) le explica a su hijo cómo quiere ser amortajada: con su mantilla, su rosario y descalza para entrar lo más ligera posible al Cielo. Días antes había visto su cuarta película, ¿Qué he hecho yo para merecer esto! (1984) y me prendé de un detalle tonto: un cuadro ubicado en el piso de la protagonista, una ama de casa(s) hasta el moño.

**

Días después visité a mi abuelo paterno, Alfonso, de 88 años. Eran las cinco de la tarde; estaba dormido sobre la mesa en su despachito, donde lee La Razón y hace sopa de letras. Le desperté para su café, sus cuatro galletas y sus dos cigarritos. Y entonces me topé con el mismo cuadro del filme de Almodóvar: una manada de caballos galopando sobre un enorme charco. Papá me contó que el abuelo se había hecho con aquella pintura, de Alfredo Palmero, en una exposición. Alfonso, como constructor, había trabajado con el hijo de Palmero, aparejador.

***

El mismo sábado que vi Dolor y gloria, un día después de atar cabos, mi abuelo fue ingresado por enésima ocasión en urgencias. Líquido en los pulmones. Un wasap el siguiente jueves: «Acaba de morir». Hace cinco años viví seis meses con él. Fue cuando aprendí lo mucho que le quería.

domingo, 24 de febrero de 2019

Fotogramas que molan (III)


En «Vámonos, Bárbara» (Cecilia Bartolomé, 1978), hay una escena sincera, a la par que polémica.

Durante uno de los viajes de esta particular road movie entre una madre (Amparo Soler Leal procedente de la turbia «Mi hija Hildegart») y su hija, ambas presencian un rifirrafe entre el autobusero y las pasajeras. 

Después de que se baje del autobús una joven con sus 4 hijos (va a cuidar a su madre enferma), una señora manifiesta en alto su lástima hacia ella: «Pobre criatura... A ese marido habría que castrarle». Es cuando el conductor intercede: «¡Oiga usted, ni que fuera sólo culpa del marido! A ver si ella no tiene nada que ver...». Otra pasajera le rebate. Él vuelve a la carga: «Pues para eso se casan, ¿no?». «Sí, para que la espatarren a una y le hagan una barriga cada año. ¡11 tuve yo y 14 mi madre!», le contesta la primera mujer. «¿Y qué quiere usted, que se lo echemos a un perro?», se defiende él. Surge entonces una improvisada conversación entre las pasajeras: «Si un tío tiene miramientos y lleva un poco de cuidao...» / «¡Que van a lo suyo y a una que la parta un rayo!» / «Lo que yo digo... ¡que habría que cortársela!».

Y el señor al volante se enfada: «¡Ya está bien señora, que estoy hasta las narices de oírle insultar!». Ella no se amilana: «¡Pues se tapa las orejas! Y haga el favor de mirar cómo conduce, que nos va a estrellar por meterse en donde no le importa»

Y llega la amenaza de él: «¡O se callan o no sigo!». Y no sigue. Frena y se baja del autobús a fumarse un cigarro. Ellas se amotinan y corren tras él.

PD: Me desconcierta el hecho de que esta película fuera una suerte de remake de «Alicia ya no vive aquí» (Martin Scorsese, 1975), 

domingo, 10 de febrero de 2019

Fotogramas que molan (II)


Eusebio Poncela y una niña Manuela Velasco en «La ley del deseo» (Pedro Almodóvar, 1987). Quizás sea la escena más icónica de esta película. Madrid y su sofocante verano son personajes secundarios. El maravilloso personaje de Carmen Maura una actriz transexual, hermana del cineasta protagonista– tiene tanto calor que una noche le pide a un trabajador de la limpieza que le riegue enterita. Es un acto de liberación y rebeldía. La película es ELLA. 



Me gusta cómo Almodóvar (con cameo inclusive como dependiente de una ferretería) introduce la pantalla partida durante la conversación telefónica entre Pablo (Poncela) y su examante Juan (Micky Molina se da un aire a Álex García). «Estoy tratando de olvidarte y cuando uno trata de olvidar, no escribe», le dice el protagonista. 


Almodóvar marcándose un fugaz cameo como ferretero

Más allá del guiño paternofilial (los Guillén como padre e hijo policías), me quedo con el ¿guiño? a «Arrebato» (Iván Zulueta, 1979): la escena de Pedro, el cineasta, con una fan (Marta Fernández Muro). En la película de Zulueta, los personajes de Poncela y Fernández Muro comparten amistad, droga y curiosidad malsana hacia el primo de ella, el enigmático Pedro (Will More).

La ley del deseo (arriba) y Arrebato (abajo) 


domingo, 3 de febrero de 2019

Fotogramas que molan (I)


Eusebio Poncela en «Arrebato» (Iván Zulueta, 1979). El escenario es reconocible: la Plaza de los Cubos de Madrid. Años más tarde, Poncela volvería a protagonizar una escena en este mismo lugar en «La ley del deseo» (Pedro Almodóvar, 1987). En ella, su personaje (un cineasta homosexual) se despide temporalmente de su nuevo y obsesivo amante (Antonio Banderas). Donde desayunan (la cafetería con paredes de color naranja) es ahora un 100 Montaditos. El Burger King, de fondo, está ahora en otro local más a la derecha de la plaza; ahí ahora hay un McDonald's. Parece que al cineasta manchego le gusta esta localización. En la soberbia «Julieta» (2016), hay una escena en el subterráneo que conecta con la Calle de Martín de los Heros; más concretamente en la fachada de los Renoir Princesa. 


domingo, 17 de junio de 2018

Cosquillitas hertzianas

El periodista Brian Reed entrevista a un horólogo en el podcast «S-Town»

Apaga el televisor y enciende tu transistor 
y siente unas cosquillitas por los pies. 
«Sólo se vive una vez» – Azúcar Moreno

De las hermanas Salazar a Mark Twain: «La única diferencia entre la realidad y la ficción es que la ficción necesita ser creíble». El podcast estadounidense S-Town y el programa de televisión español Radio Gaga toman prestados elementos tanto de la ficción –el carácter episódico, el detallado ornamento audiovisual– como del periodismo –el género documental, la entrevista– para hablar de realidades invisibles que acaban superando la más inventiva fábula.

Las siete únicas entregas de las que consta S-Town fueron estrenadas el 28 de marzo de 2017, sin apenas promoción y todas ellas de golpe, á-la-Netflix. En cuatro días rompió todo récord: diez millones de descargas. ¿Su máximo responsable? El productor Brian Reed, procedente de otro programa de radio periodístico como Serial, cuya primera temporada en otoño de 2014 también puso «patas arriba» el podcasting mundial, ganándose incluso una parodia en el legendario programa de televisión Saturday Night Live.

Si para empujar a las personas a que «sintonizaran» Serial, bastaba con disparar su premisa (una periodista reabre tras 15 años un caso de asesinato cuyo culpable encarcelado podría ser inocente), resulta compleja esta tarea con su inesperada sucesora, S-Town, aunque su punto de partida sea exactamente el mismo.

Mientras que en 2014 fue la periodista Sarah Koenig quien semanalmente aireó por las ondas su investigación sobre el asesinato de una adolescente en Baltimore, en 2017 hizo exactamente lo mismo Brian Reed con su pesquisa sobre un supuesto asesinato que había tenido lugar en una recóndita localidad de Alabama. Koenig se agarró a los testimonios del presunto culpable del asesinato, Adnan Syed. Reed se aferró a los de su excéntrico confidente, John B. McLemore, el protagonista absoluto de S-Town. Y en ambos casos –como ya sucediera en el macabro documental televisivo The Jinx durante 2015–, la relación profesional entre entrevistado y entrevistador choca con dos muros: el personal y el ético-periodístico.

Sin embargo, tras sólo dos episodios, S-Town se deshace ingeniosamente de todo aquello limítrofe al género true-crime (un asesinato es investigado, como el de A Sangre Fría, de Truman Capote). Durante las cinco entregas restantes se realizará una desoladora radiografía de la sociedad de Alabama, idónea para entender la América de Trump; del mismo modo que Serial escaneó la islamofobia tras el 11S. También se locutará una hermosa pero a la vez dolorosa semblanza sobre un relojero anticuario «redneck» como John B. McLemore. Y todo ello a través de los enriquecedores testimonios de sus más allegados, inclusive del propio Reed, de otro hombre que confiesa haber visto más de cincuenta veces la película Brokeback Mountain o de una señora del Sur profundo de Estados Unidos que enchufa a Andrea Bocelli cuando está de mal humor.

Benidorm inaugura la segunda temporada del programa «Radio Gaga»
La segunda temporada del terapéutico programa televisivo Radio Gaga (#0, de Movistar+) abre con una viuda veraneante de Benidorm que pide a sus presentadores, Quique Peinado y Manuel Burque, que le pinchen La vida es bella, de Nicola Piovani. En otra entrega, Robert les cuenta que escuchar a Beethoven, Mozart y Chopin es un bálsamo. «Pero si ahora no tengo casa, ¿dónde puedo escuchar música?», se resigna.  «Pues aquí, en Radio Gaga», le responde un afectado Peinado.

Este imprevisible dúo dinámico se desplaza por la geografía española con su radio-caravana para entrevistar «a calzón quitado» a gente corriente y moliente. Una premisa tan básica que, sin embargo, conduce a una complejidad temática, aparentemente sólo apta en la televisión de pago. El proyecto fue descartado por Televisión Española.

En esta nueva tanda de seis entregas, Peinado & Burque –apoyados en un equipo mayoritariamente femenino detrás de las cámaras– han visitado Benidorm, una clínica de salud mental especializada en trastornos de conducta alimentaria, un centro de acogida para personas sin hogar, una localidad granadina en la que conviven conversos sufíes y hippies, ¡e incluso India!

Algunos de sus protagonistas entrevistados han sido jubilados, adolescentes e indigentes, figuras que no suelen tener voz en los medios de comunicación y, en caso de que lo hagan, de manera estereotipada. Radio Gaga les ofrece tiempo, silencio y respeto para contar sus dramáticas historias a cambio de una canción.

También se abre con sumo mimo un melón de tabúes (la enfermedad, la adicción, la vejez, la muerte, la sexualidad, la pobreza, el islam) sin caer en la obscenidad emocional, ayudándose del humor y del optimismo; siempre además desde unas acertadas perspectivas de género (los testimonios son principalmente de mujeres) y étnico-racial. Radio Gaga se ha servido de la quintaesencia radiofónica para construir el mejor programa de la televisión española contemporánea.

Un exindigente visita el lugar donde solía dormir en «Radio Gaga». De banda sonora, un Nocturno de Chopin.

domingo, 1 de abril de 2018

La pintura indiscreta



«Querías un drama, aquí lo tienes». Es la frase que Picasso –en calidad de pintor observado–  le espeta a Henri-Georges Clouzot –en calidad de cineasta observador– tras siete minutos (¿siete horas?) de chapa y pintura, de los 75 que dura en total El misterio de Picasso (Le Mystère Picasso), película protagonizada por el primero y dirigida por el segundo en 1956.

¿Es entonces El misterio de Picasso un drama? Más bien un experimento, un documental que escapa de la dualidad drama/comedia más allá del desparpajo del malagueño, quien se presta a ser observado mientras (des)pinta inéditas obras por parte de Clouzot; un año antes, el francés había estrenado con éxito el filme de suspense Las diabólicas. De misterio a misterio: sobre el mito de Picasso («Ahora todos lo saben…») y sobre los cuadros que el pintor, uno tras otro, va elaborando frente a la curiosidad del espectador, al que una vez finalizados, le son regalados unos segundos de contemplación. Y lienzo/fundido en blanco otra vez…

Mientras que la voz en off inaugural habla de la opacidad de la poesía (Rimbaud) y de la música (Mozart), El misterio de Picasso se propone vislumbrar la pintura, pero también el cine: Clouzot se presta igualmente a ser observado, a mostrar cómo se hace un filme («Para la película es complicado…por el público»). La esencia de El misterio de Picasso reside en su director de fotografía, Claude Renoir –quien también sale brevemente en pantalla–, nieto de la pintura (Pierre-Auguste Renoir) y sobrino del cine (Jean Renoir). Se trata de una conversación entre el tercer y el séptimo arte con cigarro en mano y sin camisa.

El visionado de esta hipnótica película es como ir paseando de cuadro en cuadro en un museo. Con música de fondo a base de piano, guitarra o incluso tambores; o el sonido de la brocha en continuo movimiento. El valor añadido es observar no sólo el proceso de creación de cada cuadro sino también las idas y venidas de un dubitativo y –a fin de cuentas– humano Picasso («Me gustaría profundizar en la historia. Tomar todos los riesgos para ver cómo la pintura se amontona una sobre otra, a medida que se hace»), quien se resiste a preocuparse por los gustos del público («Soy muy viejo para empezar ahora») para así finalmente desvelar el misterio: «la verdad en el fondo del pozo».

viernes, 2 de febrero de 2018

Todas las canciones hablan de ti




«How much sorrow can I take?» / «¿Cuánta tristeza puedo soportar?»
Canción: Mistery of Love
Autor: Sufjan Stevens

La película Call Me by Your Name (Luca Guadagnino, 2017) podría ser resumida por las tres canciones de Sufjan Stevens que forman parte de su banda sonora: dos originales (Mistery of Love & Visions of Gideon), compuestas exclusivamente para la cinta, y una anterior (Futile Devices). Mucho (y bonito) se ha dicho sobre CMBYN [«Ensalada de hormonas y frondosidad de emociones»] por lo que, a excepción de algunas notas personales, poco más hay que añadir sobre esta historia, adaptación de la novela homónima de André Aciman, publicada hace ya una década.

Esa tristeza casi insoportable, sobre la que canta Sufjan Stevens, es la que siente Elio (Timothée Chalamet, el rey de este erótico show) a sus 17 años cuando, sin comerlo ni beberlo (ese melocotonazo tiene mayor osadía en la novela), se encuentra inmerso en un affaire con un hombre de 24 años (Oliver, encarnado por un adonis llamado Armie Hammer). Quizás su primer affaire serio con alguien. Definitivamente su primer amor. Un amor, para más inri, de verano. Ese verano que durará toda una vida en el recuerdo.

Los tópicos nunca son buenos compañeros, pero, mal que me pese, el primer amor nunca se olvida. Jonás Trueba ya lo atestiguó en su particular reconquista («La esperanza del reencuentro»). Aciman y la dupla Luca Guadagnino+James Ivory (mano a mano entre dirección y guión) también lo han atestiguado con Llámame por tu nombre, una novela/película que va más allá del molde coming of age cuyo conflicto central no es la orientación sexual de sus protagonistas ni la ocultación de su romance (nunca se juega con el «¿Les pillarán y se liará la de San Quintín»?) sino la cocción a fuego lento del amor entre dos hombres y el destino de cuasi tragedia griega que les aguarda: la realidad.

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Soy incapaz de expresar en palabras todo lo que Call me by your name me hizo sentir, primero durante su lectura y después su visionado. ¿Todos? hemos vivido ese primer amor (que no supe gestionar, que me vino grande, con el que jugué pensando que era un mero pasatiempo sexual), ese verano decisivo (pasear por La Laguna con mi amiga Mars y pedir al verano de 2012 un amor estival que acabara en septiembre. Se cumplió, vaya si se cumplió...) esa pérdida de la inocencia, ese contar las horas-minutos-segundos hasta que le ves, ese pensar que ya no es tu amante sino tu enemigo porque no te presta toda la atención del mundo («Traitor!», como diría Elio), ese dejar huella en algunos lugares que siempre te/me recordarán a él... El Aranjuez de Sampedro.

Pero es simplemente eso: un recuerdo. Para toda la vida. Tu primer amor. Tu primer polvo con amor («¿Qué prefieres? ¿Un polvo con alguien desconocido muy salvaje o un polvo con alguien conocido del que estás enamorado?», diría la Lucía de Medem). Tu primer corazón roto. Tu primer y último verano con 18 años, pavoneando el plumaje de la inmortalidad. Sin embargo,... «Later!», como diría Oliver.

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Lo que más me sorprendió de la adaptación cinematográfica fue la incorporación de un diálogo de sobremesa entre los padres de Elio y un matrimonio amigo sobre la muerte de Luis Buñuel, la cual tuvo lugar un 29 de julio de 1983, el mismo verano del affaire protagonista de Call me by your name. «El cine es un espejo de la realidad y un filtro», diría el marido de dicho matrimonio. 

Puede que Llámame por tu nombre no sea el espejo de nuestra realidad física (al fin y al cabo, es una historia de niños ricos intelectuales –a diferencia de MoonlightWeekend o Brokeback Mountain por ejemplo– en la que se desatiende el conflicto de ser queer durante la década de los 80 en un país como Italia; la casona/familia es una burbuja protectora), pero sí es el espejo de nuestra realidad emocional al apelar, no a lo que vivimos, sino a lo que sentimos con la edad de nuestro Elio.


Es por ello que un sinfín de espectadores manifiestan quedarse devastados tras su visionado  [«¿Qué tiene ‘Call me by your name’ para haber dejado a sus espectadores devastados?»], cuyo último suspiro se ve exacerbado por el rostro de Timothée Chalamet frente al fuego (me recordó a ese estático y extenso plano protagonizado por Aziz Ansari en un taxi en la serie Master of None) y la canción Visions of Gideon.

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¿Soy el único que pensó en las Cataratas del Iguazú de Happy Together (Wong Kar-Wai, 1997) al ver el Cascate del Serio en Call me by your name?

Happy Together

viernes, 23 de junio de 2017

(Meta)televisión de autor, female gaze y otros apuntes del montón

Master of None (Netflix) regala múltiples postales en su sobresaliente segunda temporada
Antes que nada, perdónenme la amalgama. En cuanto a spoilers, se avisará pertinentemente de su presencia en el párrafo. En el texto se hablará de The Leftovers, Master of None, I Love Dick y Crashing (UK).
Existe la posibilidad de que más de alguna cadena de televisión (o plataforma de Video Bajo Demanda) cobije alguna que otra joya escondida entre su catálogo de series. Joyas que precisamente sobreviven gracias a grandes producciones emitidas en la misma cadena/plataforma y cuyos beneficios permiten la existencia de estas ficciones minoritarias, encargadas en cierto modo de otorgar un nombre y un prestigio a la "marca" -premios, ser la niña bonita de la crítica especializada- más que una ganancia económica y comercial. Posiblemente gracias a Juego de Tronos, Damon Lindelof y Tom Perrota hayan podido desarrollar The Leftovers durante tres temporadas en HBO, o Looking tuviese la oportunidad de despedirse con una película tras dos temporadas de audiencias paupérrimas y mínima conversación.

Lo mismo ocurre en AMC con su producto estrella The Walking Dead (y su spinf-off 'Fear The Walking Dead'), cuyo éxito durante siete años seguramente pague las facturas de Halt and Catch Fire y Turn (cuyas cuartas temporadas serán las últimas) o incluso Better Call Saul, el spin-off de Breaking Bad [¡qué lástima que Rubicon llegase meses antes que The Walking Dead!]. Fuera de la televisión de cable estadounidense, también hay ejemplos como el de American Crime en ABC (el prestigio les ha durado tres temporadas) o Master of None en Netflix. ¿Cómo puede existir un producto tan minoritario y de autor como este último citado? Gracias a éxitos (a veces de crítica, otras no) como Stranger Things, Por 13 razones, Fuller House (Madres forzosas) o las películas de Adam Sandler.

Luego hay ejemplos como el de I Love Dick, serie de Amazon, cuya existencia parece estar motivada como recompensa a su responsable, Jill Soloway, por la tremenda visibilidad que Transparent -su otra hija- le ha dado a la plataforma, la cual pensaba pegar el petardazo llevándose a Woody Allen a la "pequeña pantalla" y sin embargo, su Crisis in Six Scenes se quedó en agua de borrajas y, lo más importante, no generó conversación en Internet ni por parte de la crítica especializada (más allá de defenestrar la ficción sin sal) ni por parte de los espectadores que la ignoraron.

I Love Dick (Amazon) es el retrato de un matrimonio venido a menos pero también el de los deseos sexuales de varias mujeres
Seguramente The Handmaid's Tale vaya a pagar las facturas de otras series de Hulu (¿The Path?). Master of None podría ser otra serie más sobre un cómico/actor que interpreta a una especie de versión ficticia de sí mismo que intenta hacer malabares entre su vida profesional y personal. Aziz Ansari no es el primero ni el último en hacerlo. Ahí ya estaban Louie C.K. y su Louie, o Larrie David y su Curb Your Enthusiasm.  O incluso valdría The Comeback de Lisa Kudrow. ¿Más ejemplos? Episodes con Matt LeBlanc, Better Things de Pamela Adlon o incluso, ¡eh!, ¿Qué fue de Jorge Sanz? de nuestro David Trueba o El fin de la comedia de Ignatius Farray.

En Master of None o The Comeback (o 30 Rock, claro está), el mundo de la televisión y de los actores/presentadores es un personaje más. Tan sólo hay que poner como ejemplo el arco argumental de la segunda temporada de Master of None con su protagonista como presentador de un concurso de cupcakes. En Girls, a veces uno no sabe qué voz habla a sus espectadores: si la de la ficticia Hannah Horvath o la Lena Dunham de carne y hueso; como precisamente ocurre en el tercer episodio de la sexta temporada, 'American Bitch' (*). En Girls también sale de vez en cuando ese mundo de la interpretación (vía Adam), el del periodismo (vía Hannah) o incluso el de la música (vía Marnie).

(*) Un episodio que puede verse perfectamente sin haber visto la serie anteriormente. ¿Más razones? Una de peso:  sale Matthew Rhys (The Americans). Este 'American Bitch' (6x03) de Girls podría funcionar perfectamente como combo con el 'Buona Notte' (2x10) de Master of None al tener como columna vertebral temática, la sombra de agresiones sexuales de un hombre famoso (escritor o presentador de televisión) hacia mujeres.

¡Aviso, spoilers de Master of None! | Está claro que en la semibiográfica One Mississippi (una muy recomendable "dramedia" de Amazon, por cierto), hay mucho de Tig Notaro, su protagonista y co-creadora junto a Diablo Cody, responsable de United States of Tara. En Master of None también hay mucho de Aziz Ansari  y Alan Young, sus creadores. Ellos, mejor que nadie, pueden hablar de racismo. Pero, como en la mejor ficción, en Master of None se habla de todo sin subrayar (casi) nada. Habla con perspectiva de género (su 'Ladies and gentelman' denuncia con gracia el mal trago de las mujeres al volver a casa durante una noche de fiesta o 'New York, I Love You' muestra cómo una chica pide a su novio que éste le practique sexo oral, harta de sólo ser ella quien "baja") a la par que construye una historia de amor que cruza el Atlántico o te espeta en la cara a un personaje público acusado de agresiones sexuales a mujeres y cómo éste intenta desentenderse del asunto delante de las cámaras. Fin spoilers.

Los planos en la tercera y última temporada de The Leftovers (HBO) dicen más que mil palabras
¡Aviso, spoilers de The Leftovers! | The Leftovers se nota que es hija del mal trago de Damon Lindelof con Perdidos. Podría decirse que la tercera temporada de The Leftovers se las apaña para enmendar la mala ejecución de las buenas ideas que poblaron la sexta y final temporada de Perdidos. ¿O acaso la realidad visitada por el protagonista de The Leftovers, Kevin Garvey, durante sus dos últimas temporadas no podría ser la misma que la realidad alternativa de la sexta temporada de Perdidos? En ambas realidades, sus personajes no saben que están muertos. En ambas ficciones, el salto del plano de la realidad al plano de lo fantástico (al más puro estilo Becqueriano en sus leyendas) es continuo y en ocasiones cuesta discernir qué es verdad y qué no (la última confesión de Nora Durst en The Leftovers es el exponente más claro). Fin spoilers.

Hay arrojo, por ejemplo, en la decisión de contar la historia de The Leftovers desde el punto de vista de un personaje por episodio (algo que Skins hacía). Una decisión, tomada al inicio de la segunda temporada, que revitaliza la ficción hasta límites insospechados. La evolución del tono de The Leftovers a lo largo de sus 28 episodios -desde la casi inaguantable pesadumbre del inicio hasta la minúscula esperanza esbozada al final- recuerda a otra serie de autor -Ray McKinnon- que experimenta semejante conversión: Rectify. Dos ficciones que duele ver en sus albores pero que poco a poco van iluminándose incluso en la selección musical. En The Lefovers, por ejemplo, la presencia de las desgarradoras composiciones de Max Ricther va disminuyendo con el pasar de las temporadas.

Tanto en The Leftovers como en las citadas Master of None I Love Dick, sus responsables se permiten el lujo de suspender la trama principal en cualquier momento; The Leftovers lo hace en sus tres volúmenes (*), Master of None lo hace con su 'New York, I Love You' (2x06) en el que el protagonismo es cedido a una variedad de personajes que habitan en la capital o su 'Thanksgiving' en el que el protagonismo es cedido al personaje de Denise (Lena Waithe, guionista de ese capítulo para más inri) con una espléndida Angela Bassett como su madre; I Love Dick también hace lo propio en 'A Short Story of Weird Girls' (1x05) otorgando el protagonismo a tres personajes femeninos secundarios (**). Todos estos capítulos incluso pueden funcionar como una especie de mediometrajes de treinta minutos, independientes de sus respectivas temporadas. Mención especial al capítulo de casi una hora de duración de Master of None ('Amarsi un po') en una ficción cuyos episodios no sobrepasan la media hora.

(*) ¡Aviso, spoilers de The Leftovers! El 1x09, 2x08 y 3x07. En la primera temporada, la digresión sirve para mostrar un flashback de casi una hora. Este extenso flashback, en cierto modo, podría haber funcionado como carta de presentación de la ficción; sin embargo, no habría tenido el mismo efecto (la revelación de Laurie por ejemplo) si hubiese sido emitido como "piloto". Las digresiones de la segunda y tercera temporada sirven para Kevin visitar ese mundo de ultratumba, permitiéndose la serie abrazar su lado más Lynchiano. Fin spoilers.
(**) Sería erróneo describir a los tres personajes como "femeninos" pues uno de ellos -Devon- parece encajar más en el género no binario. Nunca se explicita más allá de que en sus flashbacks, su madre le llama "Dolores" -"Mi nombre es Devon" es su respuesta- y le insta a comportarse como una "señorita.

En I Love Dick -cuya fuente original en un ensayo del mismo nombre escrito por Chris Kraus y publicado en 1997- su protagonista parece ser una especie de alter ego de Jill Soloway al ver cómo su vida personal y el conocer a determinadas personas suponen una fuente de inspiración y creación de arte. Mientras la segunda temporada de Master of None es un claro homenaje al cine clásico italiano (Michelangelo Antonioni, Federico Fellini), I Love Dick rinde homenaje a mujeres cineastas como Jane Campion (La pianista), Chantal Akerman (Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles) o Sally Potter (Orlando), mostrando incluso clips de las películas anteriormente citadas en una escena del primer episodio.

Dicha escena es reveladora  pues muestra a dos hombres -escépticos de que una mujer pueda hacer una película sobresaliente ofreciendo razones sin fundamento alguno- hablar del trabajo cinematográfico de una mujer con ella misma delante. Es más, teniendo enfrente a la creadora de una obra de arte, uno de los hombres sólo pide opinión sobre dicha obra al otro hombre (marido de ella). Como también ocurre en El Ministerio del Tiempo, las referencias artísticas a las que se alude en Master of None y I Love Dick son fuente de una voluntad didáctica hacia sus audiencias.

Fotograma del sexto episodio de la primera temporada de Crashing (Channel 4 / Netflix)
Si I Love Dick apuesta al 100% por la mirada femenina (female gaze) en la que por una vez el objeto deseado es un hombre (el personaje interpretado por Kevin Bacon, quien llega a verbalizar su malestar con dicha cosificación), Master of None apuesta por una masculinidad no hegemónica (con la excepción del personaje de Bobby Cannavale, el cual acaba recibiendo palos) con un Dev que cruza las piernas al sentarse, planifica una cita con una mujer pidiendo consejo a su mejor amigo o expresa sus sentimientos sin pudor alguno. Puede que la serie más famosa de Netflix por su carácter inclusivo sea Sense8, sin embargo, Master of None también apuesta por la inclusión de diferentes etnias/razas, culturas, religiones y orientaciones sexuales.

En cierto modo, el personaje de Dick en I Love Dick sirve como muso de su protagonista, Chris (Kathryn Hahn). Precisamente en el ya mencionado episodio 'A Short Story of Weird Girls', el personaje de Toby -cuyo sobresaliente expediente universitario en Historia del Arte se debe al estudio del cuerpo de la mujer en el porno- expone cómo hay muchas más mujeres desnudas en el arte por su condición de musas pues el artista suele ser un hombre. Esto conecta con el tercer episodio de la británica Crashing -protagonizada, creada y escrita por Phoebe Waller-Bridge, también artífice de Fleabag- en el que el personaje de Melody confiesa que no está acostándose con Colin sino que él es su muso. Una confesión que el resto de personajes no sabe muy bien cómo asimilar.

En Crashing, se nota quién está detrás de los guiones: una mujer. Hay una trama concerniente al orgasmo de un personaje femenino e incluso el personaje de Melody -una pintora francesa- llega a decir que lo que quieren [los hombres] es que las mujeres odien sus propios cuerpos. Melody además es quien toma la iniciativa para llamar la atención de un hombre mayor y no al revés. Un hombre que llora (porque su mujer le ha sido infiel) y que su único deseo es pisar la hierba de su antiguo jardín.

Como regalo de despedida, el mejor plano de The Leftovers en una memorable escena a golpe de 'Take on me' de A-ha.

lunes, 19 de junio de 2017

Deshojando la primavera televisiva


Da gusto encontrar calidad en la televisión española. En la pública, en la privada y en la de pago. Pensé que le dedicaría a estas alturas algunas palabras (halagadoras) a La casa de papel, la última incursión del sello Atresmedia Series -Antena 3, vamos- pero personalmente ha supuesto una decepción. Es lo que tiene vender la serie como el paso siguiente a Vis a vis (*). Y no llegarle a la suela de los zapatos en arrojo. El primer episodio está bien, francamente bien, y aguanta la hora y veinte minutos de rigor. Sin embargo, toda la adrenalina del primer episodio va diluyéndose en los siguientes episodios y varias decisiones de guion dejan en entredicho la vitoreada calidad de la ficción.

(*) Por cierto, Vis a vis podría contar, según Bluper, con una inesperada tercera temporada en FOX España.

Aviso spoilers de La casa de papel | Un ejemplo de ello es el cómo se fragua la relación entre los personajes de El Profesor (Álvaro Morte) y la inspectora Raquel Murillo (Itziar Ituño, quien protagonizó Loreak); entiendo lo que los guionistas pretenden hacer con este tórrido juego del gato y el ratón (en la línea de lo que Sé quién eres hace con Juan Elías y Eva Durán o Homeland con Brody y Carrie) pero no funciona por la rapidez de los acontecimientos. Otro ejemplo es el no-asesinato de Mónica a manos de Denver. Si algo que hizo Vis a vis en su segundo episodio fue demostrar que no le temblaba el pulso en matar a personajes, un aviso de que cualquier giro de acontecimientos podía pasar y cualquier personaje podía morder el polvo. Y así pasó. Sin embargo, lo peor que le podía pasar a La casa de papel era resultar previsible al jugar en un género donde el giro de guion es su principal arma. En mi caso, me bajé del atraco tras el tercer episodio precisamente por previsible. Eso sí, Úrsula Corbero no desentona en la serie y su Tokyo mola. No tanto el triángulo amoroso (¿qué necesidad?) en el que se ve metida. Aún así, me da cierta rabia haber dejado aparcada La casa de papel por sus aires de ficción de auteur y por su potencial. Un potencial, siempre recuerdo, que Sin identidad logró sacar adelante tras una que-sí-que-no primera temporada. Quizás 18 episodios -como temporada única aunque se promocione el parón veraniego como final de temporada- sean demasiados.

Plano cenital en el 1x01 de La casa de papel
Aviso, spoilers de El Caso Asunta | Sin embargo, y contra todo pronóstico, debo escribir alabanzas sobre El Caso Asunta: Operación Nenúfar (rebautizado como Lo que la verdad esconde para continuar con la marca en un segundo volumen sobre los Marqueses de Urquijo) de Bambú Producciones y Antena 3. Un documental de tres entregas enmarcado en el género del true crime que sigue la estela de otro true crime muy bien hecho en nuestro país: Muerte en León (Movistar+), del que hablé en febreroEl Caso Asunta sirve sobre todo como una punzante crítica al juicio mediático paralelo que se orquestó en los medios de comunicación (*) y en la opinión pública (una radiografía al fin y al cabo de nuestra sociedad contemporánea) así como exposición de que el camino de la justicia está lleno de piedras y mala praxis (**). Siempre desde el respeto (***) y huyendo del fácil amarillismo, el documental consigue ni más ni menos que declaraciones de los máximos protagonistas del caso mediante conversaciones telefónicas y cartas. Precisamente las duras palabras de Alfonso Basterra durante una carta entre él y Ramón Campos son el material para cerrar el documental. En dicha correspondencia, Basterra llega a confesar que tras salir de la cárcel, una vez conseguida la libertad, se suicidará. Un final (****) acorde al aparente propósito de los responsables de esta investigación: generar dudas sobre un suceso en el que se dieron por hechas demasiadas circunstancias. Podría pensarse que otro de los propósitos es humanizar a los verdugos-víctimas.

(*) La propia Antena 3, más concretamente el programa matinal Espejo Público, no se libra de los dardos ni tampoco 13TV o Federico Jiménez Losantos en esRadio. Una pena que no hubiera fragmentos de los programas de sucesos de Telecinco.
(**) El documental consigue exponer cómo determinados testimonios o incluso pruebas definitorias no llegaron al juicio. Algo que Muerte en León también destapó durante sus últimos compases.
(***) Quizás el único pero sea el mostrar el cadáver de la niña.
(****). Muy lírico. Como el pasaje final de A sangre fría

También estoy viendo El Puente, programa de #0 (Movistar+) que supone el regreso de Paula Vázquez ya no sólo a la pequeña pantalla sino también a un género de televisión que a la gallega ya le había dado alegrías: el reality show de aventura y supervivencia. Y cómo no, también estoy viendo el tercer volumen de Tabú de Jon Sistiaga, su programa de reportajes de #0, esta vez dedicado a la maldad. En ambos productos, la factura técnica es un personaje más que ayuda a crear una atmósfera determinada. Se ha llegado incluso a comparar El Puente -formato de telerrealidad- con Perdidos -formato de ficción- por la manera de presentación de los personajes/concursantes: dos por programa. Si hay algo que hace excepcional a El Puente es que se toma su tiempo para colocar las fichas sobre el tablero y sobre todo: para poner las cartas boca arriba. Serán ocho entregas en total.


Aviso, spoilers de la tercera temporada de El Ministerio del Tiempo | Los tres programas anteriormente citados tienen algo de ficción -ya sea la reconstrucción de un hecho, los elaboradísimos planos o la prestación de técnicas narrativas más propias de las series y el cine- pero para ficción -con algo de realidad, de historia- está El Ministerio del Tiempo, la cual ha regresado a La 1 de TVE con su ya tercera temporada. "Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias". Estas palabras sirven en el segundo episodio de la tercera temporada para despedir (o dar la bienvenida, según se vea) a un personaje ya icónico de la serie: Lola Mendieta (Natalia Millán/Macarena García). La frase pertenece al poema Canción última de Miguel Hernández y sólo una serie como ésta podía incluirla de manera tan elegante. Hablando de pintura, pareciera que El Ministerio del Tiempo fuera hija del mejor costumbrismo, aquel que pinta cuadros como espejos.

La ficción creada por los hermanos Olivares no ha gozado de un camino de rosas a lo largo de toda su existencia y la apertura de esta tercera temporada así lo demuestra: la despedida del personaje de Julián (Rodolfo Sancho) fuera de cámara. Y es aquí donde sus responsables han demostrado una vez más, que de la necesidad, hacen una virtud. Aún así, da coraje que después de toda la maraña que se armó en la segunda temporada para que Sancho compaginara las grabaciones de El Ministerio con Mar de plástico, ahora el personaje desaparezca así para siempre. O no... ahí tenemos el caso de Lola Mendieta.

La serie, además, continúa con su labor didáctica y jugueteando con la historia. O más bien, retorciéndola, como ya hiciera a su manera la estadounidense Sleepy Hollow. Si en el 3x01, la ficción propone revisitar los clásicos de Alfred Hitchcock; el 3x02 enseña una de las claves del final de la Segunda Guerra Mundial, y el 3x03 cuenta de qué trataba el verdadero romanticismo allá por el siglo XIX. Julián se ha marchado, Pacino ha regresado, y la serie ni se ha molestado en avivar el tórrido affaire entre este último y Amelia pues El Ministerio, como siempre se encargan de recordar sus responsables, no es un culebrón. Otra de sus valías es que nunca se olvida de dónde vienen sus personajes, qué les ha ocurrido en temporadas anteriores. Los arcos argumentales, llamémosles "emocionales", son cuidados hasta en la mínima expresión como el chascarrillo de Pacino sobre la exacerbada predilección de Amelia por los poetas (Lope de Vega para mayor concreción).

El Ministerio continúa mudando de piel cada semana sin miedo alguno: del cine clásico a la literatura romántica (con la presencia de elementos propios del Romanticismo como la luna, la niebla, el cuervo, la dama pálida... el misterio al fin y al cabo) pasado por las historias de espías. El Ministerio del Tiempo, desde el terreno de la ficción, también hace una radiografía de nuestro país o incluso de nuestro tiempo. Para muestra, dos ejemplos del tercer episodio de la tercera temporada: la conversación entre la joven Lola Mendieta y Salvador:
- Hay un país que vive en democracia pero que aún conserva vicios del pasado. Nuestros vecinos del norte nos miran por encima del hombro y nosotros miramos por encima del hombro a los del sur. Tenemos el país que merecemos.
- ¿Y eso es bueno o es malo?
- Buena pregunta.
Y la conversación entre Amelia, Pacino y Alonso:
- ¿Y qué? ¿Tienes ganas de conocer a Bécquer?
- Sí, soy una gran admiradora de su obra.
- ¿Y tú?
- Bueno...yo... me aprendí alguna rima en el colegio...para ligar.
- ¿Y te funcionó?
- ¿Y tú me lo preguntas? Poesía eres tú.
- Los del siglo XX tenéis mal entendido el Romanticismo.
- ¡Habló la experta!
- El otro día saqué un DVD de la biblioteca, una comedia romántica, y de romántica no tenía nada.
- ¿Y no había dos enamorados?
- Sí... pero el Romanticismo en realidad es la exaltación del yo y de lo subjetivo. De la insatisfacción ante un mundo que nos limita.
- ¡Anda coño y yo sin saberlo!
- Los románticos prefieren fusionar su alma con la naturaleza agreste y oscura, que es el espejo de sus emociones.
- ¡Anda!
- En lugar de comedia romántica, tendrías que haber mirado cine de terror.
- Pues entonces no leáis las leyendas del susodicho Bécquer si no queréis que se os aflojen las tripas.
- ¿Pero tú te las has leído?
-  Por supuesto, les eché un vistazo. Son inquietantes. Yo es que no lo entiendo. La vida ya es suficientemente ardua y sombría, ¿para qué inventarse historias escalofriantes?
- Porque eso es el Romanticismo. 
La serie siempre finaliza por todo lo alto (algo que por cierto, El Puente sabe hacer también) ya sea con alguna reflexión (las últimas palabras del personaje de Miryam Gallego antes de tirarse al vacío en el 3x03) o algún golpe emocional (las flores en la tumba del 3x02). Finales en alto que no necesitan de giro de guión alguno pues cuentan con lo más importante: corazón. Aún recuerdo el cierre del sexto episodio de la segunda temporada, aquel dedicado a la figura de Houdini, quien pide a la patrulla poder regresar a la Hungría del pasado para ver a su madre. TVE emitirá un total de seis nuevos episodios para después del verano emitir los siete restantes.


Poesía eres tú, El Ministerio del Tiempo.