En «Vámonos, Bárbara» (Cecilia Bartolomé, 1978), hay una escena sincera, a la par que polémica.
Durante uno de los viajes de esta particular road movie entre una madre (Amparo Soler Leal procedente de la turbia «Mi hija Hildegart») y su hija, ambas presencian un rifirrafe entre el autobusero y las pasajeras.
Después de que se baje del autobús una joven con sus 4 hijos (va a cuidar a su madre enferma), una señora manifiesta en alto su lástima hacia ella: «Pobre criatura... A ese marido habría que castrarle». Es cuando el conductor intercede: «¡Oiga usted, ni que fuera sólo culpa del marido! A ver si ella no tiene nada que ver...». Otra pasajera le rebate. Él vuelve a la carga: «Pues para eso se casan, ¿no?». «Sí, para que la espatarren a una y le hagan una barriga cada año. ¡11 tuve yo y 14 mi madre!», le contesta la primera mujer. «¿Y qué quiere usted, que se lo echemos a un perro?», se defiende él. Surge entonces una improvisada conversación entre las pasajeras: «Si un tío tiene miramientos y lleva un poco de cuidao...» / «¡Que van a lo suyo y a una que la parta un rayo!» / «Lo que yo digo... ¡que habría que cortársela!».
Y el señor al volante se enfada: «¡Ya está bien señora, que estoy hasta las narices de oírle insultar!». Ella no se amilana: «¡Pues se tapa las orejas! Y haga el favor de mirar cómo conduce, que nos va a estrellar por meterse en donde no le importa»
Y llega la amenaza de él: «¡O se callan o no sigo!». Y no sigue. Frena y se baja del autobús a fumarse un cigarro. Ellas se amotinan y corren tras él.
PD: Me desconcierta el hecho de que esta película fuera una suerte de remake de «Alicia ya no vive aquí» (Martin Scorsese, 1975),
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