Empecé este blog con 16 años y otro nombre (Dime que series ves y te diré cómo eres). En un principio solo hubo cabida para las series de televisión, pero más tarde amplié el contenido a todo aquello con un mínimo de ficción, incluso la propia vida. Decía Susan Sontag en Contra la interpretación que «en las buenas películas existe siempre una espontaneidad que nos libera por entero de la ansiedad por interpretar». Pero Carrie Bradshaw también decía en la excelente Sexo en Nueva York: «No pude evitar preguntarme».

domingo, 1 de abril de 2018

La pintura indiscreta



«Querías un drama, aquí lo tienes». Es la frase que Picasso –en calidad de pintor observado–  le espeta a Henri-Georges Clouzot –en calidad de cineasta observador– tras siete minutos (¿siete horas?) de chapa y pintura, de los 75 que dura en total El misterio de Picasso (Le Mystère Picasso), película protagonizada por el primero y dirigida por el segundo en 1956.

¿Es entonces El misterio de Picasso un drama? Más bien un experimento, un documental que escapa de la dualidad drama/comedia más allá del desparpajo del malagueño, quien se presta a ser observado mientras (des)pinta inéditas obras por parte de Clouzot; un año antes, el francés había estrenado con éxito el filme de suspense Las diabólicas. De misterio a misterio: sobre el mito de Picasso («Ahora todos lo saben…») y sobre los cuadros que el pintor, uno tras otro, va elaborando frente a la curiosidad del espectador, al que una vez finalizados, le son regalados unos segundos de contemplación. Y lienzo/fundido en blanco otra vez…

Mientras que la voz en off inaugural habla de la opacidad de la poesía (Rimbaud) y de la música (Mozart), El misterio de Picasso se propone vislumbrar la pintura, pero también el cine: Clouzot se presta igualmente a ser observado, a mostrar cómo se hace un filme («Para la película es complicado…por el público»). La esencia de El misterio de Picasso reside en su director de fotografía, Claude Renoir –quien también sale brevemente en pantalla–, nieto de la pintura (Pierre-Auguste Renoir) y sobrino del cine (Jean Renoir). Se trata de una conversación entre el tercer y el séptimo arte con cigarro en mano y sin camisa.

El visionado de esta hipnótica película es como ir paseando de cuadro en cuadro en un museo. Con música de fondo a base de piano, guitarra o incluso tambores; o el sonido de la brocha en continuo movimiento. El valor añadido es observar no sólo el proceso de creación de cada cuadro sino también las idas y venidas de un dubitativo y –a fin de cuentas– humano Picasso («Me gustaría profundizar en la historia. Tomar todos los riesgos para ver cómo la pintura se amontona una sobre otra, a medida que se hace»), quien se resiste a preocuparse por los gustos del público («Soy muy viejo para empezar ahora») para así finalmente desvelar el misterio: «la verdad en el fondo del pozo».