Empecé este blog con 16 años y otro nombre (Dime que series ves y te diré cómo eres). En un principio solo hubo cabida para las series de televisión, pero más tarde amplié el contenido a todo aquello con un mínimo de ficción, incluso la propia vida. Decía Susan Sontag en Contra la interpretación que «en las buenas películas existe siempre una espontaneidad que nos libera por entero de la ansiedad por interpretar». Pero Carrie Bradshaw también decía en la excelente Sexo en Nueva York: «No pude evitar preguntarme».

domingo, 17 de junio de 2018

Cosquillitas hertzianas

El periodista Brian Reed entrevista a un horólogo en el podcast «S-Town»

Apaga el televisor y enciende tu transistor 
y siente unas cosquillitas por los pies. 
«Sólo se vive una vez» – Azúcar Moreno

De las hermanas Salazar a Mark Twain: «La única diferencia entre la realidad y la ficción es que la ficción necesita ser creíble». El podcast estadounidense S-Town y el programa de televisión español Radio Gaga toman prestados elementos tanto de la ficción –el carácter episódico, el detallado ornamento audiovisual– como del periodismo –el género documental, la entrevista– para hablar de realidades invisibles que acaban superando la más inventiva fábula.

Las siete únicas entregas de las que consta S-Town fueron estrenadas el 28 de marzo de 2017, sin apenas promoción y todas ellas de golpe, á-la-Netflix. En cuatro días rompió todo récord: diez millones de descargas. ¿Su máximo responsable? El productor Brian Reed, procedente de otro programa de radio periodístico como Serial, cuya primera temporada en otoño de 2014 también puso «patas arriba» el podcasting mundial, ganándose incluso una parodia en el legendario programa de televisión Saturday Night Live.

Si para empujar a las personas a que «sintonizaran» Serial, bastaba con disparar su premisa (una periodista reabre tras 15 años un caso de asesinato cuyo culpable encarcelado podría ser inocente), resulta compleja esta tarea con su inesperada sucesora, S-Town, aunque su punto de partida sea exactamente el mismo.

Mientras que en 2014 fue la periodista Sarah Koenig quien semanalmente aireó por las ondas su investigación sobre el asesinato de una adolescente en Baltimore, en 2017 hizo exactamente lo mismo Brian Reed con su pesquisa sobre un supuesto asesinato que había tenido lugar en una recóndita localidad de Alabama. Koenig se agarró a los testimonios del presunto culpable del asesinato, Adnan Syed. Reed se aferró a los de su excéntrico confidente, John B. McLemore, el protagonista absoluto de S-Town. Y en ambos casos –como ya sucediera en el macabro documental televisivo The Jinx durante 2015–, la relación profesional entre entrevistado y entrevistador choca con dos muros: el personal y el ético-periodístico.

Sin embargo, tras sólo dos episodios, S-Town se deshace ingeniosamente de todo aquello limítrofe al género true-crime (un asesinato es investigado, como el de A Sangre Fría, de Truman Capote). Durante las cinco entregas restantes se realizará una desoladora radiografía de la sociedad de Alabama, idónea para entender la América de Trump; del mismo modo que Serial escaneó la islamofobia tras el 11S. También se locutará una hermosa pero a la vez dolorosa semblanza sobre un relojero anticuario «redneck» como John B. McLemore. Y todo ello a través de los enriquecedores testimonios de sus más allegados, inclusive del propio Reed, de otro hombre que confiesa haber visto más de cincuenta veces la película Brokeback Mountain o de una señora del Sur profundo de Estados Unidos que enchufa a Andrea Bocelli cuando está de mal humor.

Benidorm inaugura la segunda temporada del programa «Radio Gaga»
La segunda temporada del terapéutico programa televisivo Radio Gaga (#0, de Movistar+) abre con una viuda veraneante de Benidorm que pide a sus presentadores, Quique Peinado y Manuel Burque, que le pinchen La vida es bella, de Nicola Piovani. En otra entrega, Robert les cuenta que escuchar a Beethoven, Mozart y Chopin es un bálsamo. «Pero si ahora no tengo casa, ¿dónde puedo escuchar música?», se resigna.  «Pues aquí, en Radio Gaga», le responde un afectado Peinado.

Este imprevisible dúo dinámico se desplaza por la geografía española con su radio-caravana para entrevistar «a calzón quitado» a gente corriente y moliente. Una premisa tan básica que, sin embargo, conduce a una complejidad temática, aparentemente sólo apta en la televisión de pago. El proyecto fue descartado por Televisión Española.

En esta nueva tanda de seis entregas, Peinado & Burque –apoyados en un equipo mayoritariamente femenino detrás de las cámaras– han visitado Benidorm, una clínica de salud mental especializada en trastornos de conducta alimentaria, un centro de acogida para personas sin hogar, una localidad granadina en la que conviven conversos sufíes y hippies, ¡e incluso India!

Algunos de sus protagonistas entrevistados han sido jubilados, adolescentes e indigentes, figuras que no suelen tener voz en los medios de comunicación y, en caso de que lo hagan, de manera estereotipada. Radio Gaga les ofrece tiempo, silencio y respeto para contar sus dramáticas historias a cambio de una canción.

También se abre con sumo mimo un melón de tabúes (la enfermedad, la adicción, la vejez, la muerte, la sexualidad, la pobreza, el islam) sin caer en la obscenidad emocional, ayudándose del humor y del optimismo; siempre además desde unas acertadas perspectivas de género (los testimonios son principalmente de mujeres) y étnico-racial. Radio Gaga se ha servido de la quintaesencia radiofónica para construir el mejor programa de la televisión española contemporánea.

Un exindigente visita el lugar donde solía dormir en «Radio Gaga». De banda sonora, un Nocturno de Chopin.

domingo, 1 de abril de 2018

La pintura indiscreta



«Querías un drama, aquí lo tienes». Es la frase que Picasso –en calidad de pintor observado–  le espeta a Henri-Georges Clouzot –en calidad de cineasta observador– tras siete minutos (¿siete horas?) de chapa y pintura, de los 75 que dura en total El misterio de Picasso (Le Mystère Picasso), película protagonizada por el primero y dirigida por el segundo en 1956.

¿Es entonces El misterio de Picasso un drama? Más bien un experimento, un documental que escapa de la dualidad drama/comedia más allá del desparpajo del malagueño, quien se presta a ser observado mientras (des)pinta inéditas obras por parte de Clouzot; un año antes, el francés había estrenado con éxito el filme de suspense Las diabólicas. De misterio a misterio: sobre el mito de Picasso («Ahora todos lo saben…») y sobre los cuadros que el pintor, uno tras otro, va elaborando frente a la curiosidad del espectador, al que una vez finalizados, le son regalados unos segundos de contemplación. Y lienzo/fundido en blanco otra vez…

Mientras que la voz en off inaugural habla de la opacidad de la poesía (Rimbaud) y de la música (Mozart), El misterio de Picasso se propone vislumbrar la pintura, pero también el cine: Clouzot se presta igualmente a ser observado, a mostrar cómo se hace un filme («Para la película es complicado…por el público»). La esencia de El misterio de Picasso reside en su director de fotografía, Claude Renoir –quien también sale brevemente en pantalla–, nieto de la pintura (Pierre-Auguste Renoir) y sobrino del cine (Jean Renoir). Se trata de una conversación entre el tercer y el séptimo arte con cigarro en mano y sin camisa.

El visionado de esta hipnótica película es como ir paseando de cuadro en cuadro en un museo. Con música de fondo a base de piano, guitarra o incluso tambores; o el sonido de la brocha en continuo movimiento. El valor añadido es observar no sólo el proceso de creación de cada cuadro sino también las idas y venidas de un dubitativo y –a fin de cuentas– humano Picasso («Me gustaría profundizar en la historia. Tomar todos los riesgos para ver cómo la pintura se amontona una sobre otra, a medida que se hace»), quien se resiste a preocuparse por los gustos del público («Soy muy viejo para empezar ahora») para así finalmente desvelar el misterio: «la verdad en el fondo del pozo».

viernes, 2 de febrero de 2018

Todas las canciones hablan de ti




«How much sorrow can I take?» / «¿Cuánta tristeza puedo soportar?»
Canción: Mistery of Love
Autor: Sufjan Stevens

La película Call Me by Your Name (Luca Guadagnino, 2017) podría ser resumida por las tres canciones de Sufjan Stevens que forman parte de su banda sonora: dos originales (Mistery of Love & Visions of Gideon), compuestas exclusivamente para la cinta, y una anterior (Futile Devices). Mucho (y bonito) se ha dicho sobre CMBYN [«Ensalada de hormonas y frondosidad de emociones»] por lo que, a excepción de algunas notas personales, poco más hay que añadir sobre esta historia, adaptación de la novela homónima de André Aciman, publicada hace ya una década.

Esa tristeza casi insoportable, sobre la que canta Sufjan Stevens, es la que siente Elio (Timothée Chalamet, el rey de este erótico show) a sus 17 años cuando, sin comerlo ni beberlo (ese melocotonazo tiene mayor osadía en la novela), se encuentra inmerso en un affaire con un hombre de 24 años (Oliver, encarnado por un adonis llamado Armie Hammer). Quizás su primer affaire serio con alguien. Definitivamente su primer amor. Un amor, para más inri, de verano. Ese verano que durará toda una vida en el recuerdo.

Los tópicos nunca son buenos compañeros, pero, mal que me pese, el primer amor nunca se olvida. Jonás Trueba ya lo atestiguó en su particular reconquista («La esperanza del reencuentro»). Aciman y la dupla Luca Guadagnino+James Ivory (mano a mano entre dirección y guión) también lo han atestiguado con Llámame por tu nombre, una novela/película que va más allá del molde coming of age cuyo conflicto central no es la orientación sexual de sus protagonistas ni la ocultación de su romance (nunca se juega con el «¿Les pillarán y se liará la de San Quintín»?) sino la cocción a fuego lento del amor entre dos hombres y el destino de cuasi tragedia griega que les aguarda: la realidad.

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Soy incapaz de expresar en palabras todo lo que Call me by your name me hizo sentir, primero durante su lectura y después su visionado. ¿Todos? hemos vivido ese primer amor (que no supe gestionar, que me vino grande, con el que jugué pensando que era un mero pasatiempo sexual), ese verano decisivo (pasear por La Laguna con mi amiga Mars y pedir al verano de 2012 un amor estival que acabara en septiembre. Se cumplió, vaya si se cumplió...) esa pérdida de la inocencia, ese contar las horas-minutos-segundos hasta que le ves, ese pensar que ya no es tu amante sino tu enemigo porque no te presta toda la atención del mundo («Traitor!», como diría Elio), ese dejar huella en algunos lugares que siempre te/me recordarán a él... El Aranjuez de Sampedro.

Pero es simplemente eso: un recuerdo. Para toda la vida. Tu primer amor. Tu primer polvo con amor («¿Qué prefieres? ¿Un polvo con alguien desconocido muy salvaje o un polvo con alguien conocido del que estás enamorado?», diría la Lucía de Medem). Tu primer corazón roto. Tu primer y último verano con 18 años, pavoneando el plumaje de la inmortalidad. Sin embargo,... «Later!», como diría Oliver.

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Lo que más me sorprendió de la adaptación cinematográfica fue la incorporación de un diálogo de sobremesa entre los padres de Elio y un matrimonio amigo sobre la muerte de Luis Buñuel, la cual tuvo lugar un 29 de julio de 1983, el mismo verano del affaire protagonista de Call me by your name. «El cine es un espejo de la realidad y un filtro», diría el marido de dicho matrimonio. 

Puede que Llámame por tu nombre no sea el espejo de nuestra realidad física (al fin y al cabo, es una historia de niños ricos intelectuales –a diferencia de MoonlightWeekend o Brokeback Mountain por ejemplo– en la que se desatiende el conflicto de ser queer durante la década de los 80 en un país como Italia; la casona/familia es una burbuja protectora), pero sí es el espejo de nuestra realidad emocional al apelar, no a lo que vivimos, sino a lo que sentimos con la edad de nuestro Elio.


Es por ello que un sinfín de espectadores manifiestan quedarse devastados tras su visionado  [«¿Qué tiene ‘Call me by your name’ para haber dejado a sus espectadores devastados?»], cuyo último suspiro se ve exacerbado por el rostro de Timothée Chalamet frente al fuego (me recordó a ese estático y extenso plano protagonizado por Aziz Ansari en un taxi en la serie Master of None) y la canción Visions of Gideon.

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¿Soy el único que pensó en las Cataratas del Iguazú de Happy Together (Wong Kar-Wai, 1997) al ver el Cascate del Serio en Call me by your name?

Happy Together