«Querías un drama, aquí lo tienes». Es la
frase que Picasso –en calidad de pintor observado– le espeta a Henri-Georges Clouzot –en calidad
de cineasta observador– tras siete
minutos (¿siete horas?) de chapa y pintura, de los 75 que dura en total El misterio de Picasso (Le Mystère Picasso), película protagonizada por
el primero y dirigida por el segundo en 1956.
¿Es
entonces El misterio de Picasso un
drama? Más bien un experimento, un documental que escapa de la dualidad
drama/comedia más allá del desparpajo del malagueño, quien se presta a ser
observado mientras (des)pinta inéditas obras por parte de Clouzot; un año
antes, el francés había estrenado con éxito el filme de suspense Las diabólicas. De misterio a misterio:
sobre el mito de Picasso («Ahora todos
lo saben…») y sobre los cuadros que el pintor, uno tras otro, va elaborando frente a la curiosidad del espectador, al que una vez finalizados, le son
regalados unos segundos de contemplación. Y lienzo/fundido en blanco otra vez…
Mientras
que la voz en off inaugural habla de
la opacidad de la poesía (Rimbaud) y de la música (Mozart), El misterio de Picasso se propone
vislumbrar la pintura, pero también el cine: Clouzot se presta igualmente a ser
observado, a mostrar cómo se hace un filme («Para la película es complicado…por el público»). La esencia de El misterio de Picasso reside en su
director de fotografía, Claude Renoir –quien también sale brevemente en
pantalla–, nieto de la pintura (Pierre-Auguste Renoir) y sobrino del cine (Jean
Renoir). Se trata de una conversación entre el tercer y el séptimo arte con
cigarro en mano y sin camisa.
El
visionado de esta hipnótica película es como ir paseando de cuadro en cuadro en
un museo. Con música de fondo a base de piano, guitarra o incluso tambores; o
el sonido de la brocha en continuo movimiento. El valor añadido es observar no
sólo el proceso de creación de cada cuadro sino también las idas y venidas de
un dubitativo y –a fin de cuentas– humano Picasso («Me gustaría profundizar en la historia. Tomar todos los riesgos para
ver cómo la pintura se amontona una sobre otra, a medida que se hace»),
quien se resiste a preocuparse por los gustos del público («Soy muy viejo para empezar ahora») para así finalmente desvelar el
misterio: «la verdad en el fondo del
pozo».
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