Empecé este blog con 16 años y otro nombre (Dime que series ves y te diré cómo eres). En un principio solo hubo cabida para las series de televisión, pero más tarde amplié el contenido a todo aquello con un mínimo de ficción, incluso la propia vida. Decía Susan Sontag en Contra la interpretación que «en las buenas películas existe siempre una espontaneidad que nos libera por entero de la ansiedad por interpretar». Pero Carrie Bradshaw también decía en la excelente Sexo en Nueva York: «No pude evitar preguntarme».

martes, 19 de julio de 2016

La escena (semana 18-24 julio)


Aviso, spoilers de 'Tres colores: azul' y  'Copia certificada'
Diecisiete años pasaron entre la Juliette Binoche de Tres colores: azul (Krzysztof Kieslowski, 1993) y la Juliette Binoche de Copia certificada (Abbas Kiarostami, 2010), ambas versiones sujetando una taza de café. La primera para mezclarlo con un sorbete, solitaria, tras la muerte de su familia en un accidente de coche en la que ella también iba. La segunda, en compañía de un hombre que el espectador desconoce -y desconocerá tras el cese del repicar de las campanas y los créditos finales- si es su cónyuge o un completo anónimo al que acaba de conocer. Me encandila Juliette Binoche. Me recuerda a Rachel Griffiths (A dos metros bajo tierra, La boda de Muriel). Incluso a Helena. Caí rendido ante su figura vestida de Chanel en la retorcida Clouds of Sils Maria (Oliver Assayas, 2014) en la que no solo Binoche se ríe de sí misma (*) sino que Kristen Stewart y Chloë Grace Moretz hacen lo propio. Si hay algo que tienen en común Copia certificada Clouds of Sils Maria es que resultan más reconfortantes de analizar y recordar que de ver por primera vez. De eso también se trata el cine: de hacer pensar. De incomodar. Pero si hay algo que aplaudir de la obra de Kiarostami es ese giro de guion sin anestesia que se marca en el exacto ecuador de su película con un deus ex machina en forma de femme italiana. Ante el desconocimiento de la naturaleza de la relación entre los personajes de Juliette Binoche y William Shimell, la camarera da por hecho de que son marido y esposa y entabla una conversación de tú-a-tú con la protagonista femenina que resume a la perfección la dominación de las mujeres bajo el yugo machista. La conversación culmina con la femme obedeciendo las órdenes de unos clientes varones que piden más vino sin respeto alguno. Pero lo más fascinante a la par que frustrante del relato es la semilla de la duda que el cineasta iraní planta justo in media res: ¿son un matrimonio hastiado que juega a ser una pareja de desconocidos o son unos desconocidos que juegan a ser un matrimonio desavenido?

(*) Con mención meta a su participación en un blockbuster tipo Godzilla y un valiente desnudo integral.


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