Empecé este blog con 16 años y otro nombre (Dime que series ves y te diré cómo eres). En un principio solo hubo cabida para las series de televisión, pero más tarde amplié el contenido a todo aquello con un mínimo de ficción, incluso la propia vida. Decía Susan Sontag en Contra la interpretación que «en las buenas películas existe siempre una espontaneidad que nos libera por entero de la ansiedad por interpretar». Pero Carrie Bradshaw también decía en la excelente Sexo en Nueva York: «No pude evitar preguntarme».

lunes, 29 de agosto de 2016

El dolor más antiguo


Ayer vi La soledad (Jaime Rosales, 2007) y no logro despegármela de la cabeza. Ganó el Goya a Mejor Película y me aventuro a imaginar espectadores españoles yendo al cine a verla tras recibir dicho reconocimiento y sentirse "estafados". Esperarían "otra cosa". La tacharían de "aburrida". Dirían que "no pasa nada en dos horas". Tumbó en la competición a El orfanato (Juan Antonio Bayona) , Las 13 rosas (Emilio Martínez-Lázaro) y Siete mesas de billar francés (Gracia Querejeta). Entiendo a aquellos que bostezaran o se durmieran viendo la "mejor película española" de aquella cosecha. Sin embargo, La soledad es una proeza que roza el género documental, que sin pomposidades, muestra cómo la muerte impacta en la rutina de seres humanos normales y corrientes.

From here to the end, spoilers | La muerte de un hijo de 13 meses. La muerte de una madre de tres mujeres ya adultas. Sonia Almarcha -recientemente en Vis a vis como la jueza Lidia Osborne (*)- y Petra Martínez están espléndidas, se sienten de carne y hueso. Hoy, leyendo Paula (Isabel Allende, 1994), me topo con este fragmento: "Y entonces pensé que desde siglos inmemoriales las mujeres han perdido hijos, es el dolor más antiguo e inevitable de la humanidad. No soy la única, casi todas las madres pasan por esta prueba, se les rompe el corazón, pero siguen viviendo porque deben proteger y amar a los que quedan. Sólo un grupo de mujeres privilegiadas en épocas muy recientes y en países avanzados donde la salud está al alcance de quienes pueden pagarla, confía en que todos sus hijos llegarán a la edad adulta. La muerte siempre está acechando".

(*) En Vis a vis, el personaje de Almarcha también pierde a su hija. Algo que sin embargo tan sólo sirve para quemar trama y motivar aún más la sed de venganza de los Ferreiro.


Inmediatamente recuerdo una conversación entre Nate y Brenda en el noveno episodio de la primera temporada de A dos metros bajo tierra. Ella dice: “¿Sabes qué encuentro interesante? Si pierdes a tu cónyuge te llaman viuda o viudo, si eres un niño y pierdes a tus padres, entonces eres un huérfano. ¿Pero qué termino se utiliza para describir al progenitor que pierde a un hijo? Supongo que es demasiado horrible para tener un nombre.” No es la primera película de Rosales que veo, ya escribí hace dos años sobre Hermosa juventud (id, 2014). Si en su último largometraje, las consecuencias de la crisis económica es el quid del relato, lo es también en La soledad aunque más tímidamente; con el éxodo rural personificado en el personaje de Adela (Sonia Almarcha) y la burbuja económica a punto de estallar mientras la hija mayor del personaje de Antonia (Petra Martínez) sueña con una hipoteca en la playa a costa de su madre.

Lo que uno menos espera es que el terrorismo suponga el punto de inflexión -sobre todo cuando uno de los personajes padece cáncer- de una historia con la que inevitablemente todos nos identificamos en mayor o menor medida. Pero si hay algo que deja huella tras ver el largometraje es la culpa que quema al personaje de Adela. Incluso su marido se culpa así mismo y especialmente a ella por el fatídico destino de su retoño. Algunos tacharían de "gratuita" la escena de Almarcha completamente desnuda (*), secándose, tras salir de la bañera. Sin embargo, el ver como se seca prudentemente las cicatrices tras la tragedia anida en la retina del espectador. Hay una herida que nunca cicatrizará. Tras la muerte del infante, nadie se atreve a verbalizarlo hasta que Adela comenta a su padre que una vecina del pueblo le ha dado el pésame. La elipsis es una declaración de intenciones (**).

(*) No es el único desnudo de un personaje femenino. También protagoniza otro Nuria Mencía (Nieves) al ser ingresado su personaje en el hospital. La soledad cuenta con mayor presencia femenina aunque existen cuatro personajes masculinos -secundarios- relevantes: el padre y el compañero de piso de Adela, así como la pareja y el yerno de Antonia.
(**) Sucede lo mismo con la muerte de Antonia mientras hace la cama. Tras verla agonizar, lo próximo que presenciamos es la reunión familiar en el salón del disputado piso para repartirse los bienes.

El reencuentro de los progenitores -después de que ella ignore las llamadas del exmarido- me recordó a otras películas que abordan semejante material inflamable, como las dolorosas pero excelentes Rabbit hole (John Cameron Mitchell, 2010) (*), Tres colores: azul ( Krzysztof Kieslowski, 1993) y La desaparición de Eleanor Rigby (Ned Benson, 2013). No la recuerdo dolorosa pero sí excelente a Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar, 1999). Julio Medem también habla de ello en Lucía y el sexo (id, 2001) así como Habitación en Roma (id, 2010). La serie de televisión The Affair también se atrevió durante su debut al presentar a la coprotagonista, Alison (Ruth Wilson), como una madre cuyo pequeño hijo ha muerto.

(*) En España fue traducida como Los secretos del corazón, un lost in translation total. ¡Spoilers! El título original hace referencia a la afición por un cómic de ciencia ficción del responsable de la muerte del hijo. El matrimonio está formado por Nicole Kidman y Aaron Eckhart. Escribí sobre ella en el blog.

lunes, 8 de agosto de 2016

El arte de encapsular el tiempo


«A veces ocurre que estamos solos y absortos en un juego, y de repente, se alzan en la casa esas voces coléricas; seguimos jugando mecánicamente, metiendo piedras y hierbas en un montoncito de tierra para hacer una montaña. Pero, mientras tanto, ya no nos importa nada esa montaña, sentimos que no podremos ser felices hasta que la paz no vuelva a la casa. Oímos portazos y nos sobresaltamos; vuelan palabras rabiosas de un cuarto al otro, palabras incomprensibles para nosotros, no intentamos entenderlas ni descubrir las oscuras razones que las han dictado, confusamente pensamos que debe de tratarse de razones horribles, todo el absurdo misterio de los adultos pesa sobre nosotros. [...] Muchas veces está con nosotros un amigo que ha venido a jugar, hacemos con él una montaña, y un portazo nos dice que se ha acabado la paz. Muertos de vergüenza, fingimos estar muy interesados en la montaña, nos esforzamos por distraer la atención de nuestro amigo de esas voces salvajes que resuenan por la casa; [...] Tenemos la absoluta certeza de que en casa de nuestro amigo nunca hay discusiones, nunca se gritan palabras salvajes; en casa de nuestro amigo todos son educados y tranquilos, las discusiones son una vergüenza especial de nuestra casa. Después, un buen día, descubriremos con gran alivio que en casa de nuestro amigo también se discute como en nuestra casa, que se discute en todas las casas del mundo.»

Aviso, spoilers de las películas 'Boyhood' y 'Nebraska' | Natalia Ginzburg escribió Las relaciones humanas en Roma durante la primavera de 1953. Este texto sería publicado en la revista Terza generazioneEl fragmento señalado viene a colación por un largometraje al que hasta hace varios días no me había atrevido a hincar el diente, como todo clásico que se precie. Ya sea instantáneo o no. Hablo de Boyhood (Richard Linklater, 2014), cuya mayor hazaña es haber sido grabada durante doce años. Entre 2002 y 2013 concretamente. A los cinco minutos de comenzar la película, el protagonista, Mason (Ellar Coltrane), no logra conciliar el sueño mientras escucha a su madre, Olivia (Patricia Arquette), discutir con su novio. ¿El motivo? Los hijos de ella«I was someone's daughter and  then I was somebody's fucking mother» // «Fui la hija de alguien y entonces fui la puñetera madre de alguien». Algo contra lo que el personaje se revelará a lo largo de toda la película. 



Existe otra escena igual de reveladora, casi cincuenta minutos después. Olivia se ha casado con Bill (Marco Perella), un profesor de la universidad; cada uno de ellos añade a la unidad familiar otros dos miembros más. En dicha escena, los cuatro hermanos se encierran en una habitación tras su padre -alcóholico- montar en cólera durante la comida. Mason se "entretiene" viendo un sketch de Funny Or Die con Will Ferrell. No quise ver Boyhood en su momento por la ingente cantidad de hipérboles a favor de la criatura de doce años de Linklater. Tampoco tuve tiempo para escaparme a un cine en versión original por aquel septiembre de 2014: mi primer trabajo remunerado. Casi dos años son suficientes para desinflar el temido bizcocho de la expectativa y he de dar la razón a todos aquellos que encumbraron esta obra a los altares del séptimo arte. Boyhood (*) es, como reza su subtítulo español, básicamente momentos de una vida. No hay grandes escenas. No hay grandes frases ni diálogos. Tampoco hay un drama exacerbado (**). Ni siquiera hay una muerte (en pantalla); tan sólo un padrastro alcohólico. Bueno... dos.

(*) La cual iba a llamarse 12 years antes de irrumpir 12 Years a Slave 12 años de esclavitud. Lo mismo le ocurrió a la Julieta de Almodóvar después de que Scorsese hiciese oficial el nombre de su próximo título: Silencio.
(**) Lorelai Gilmore, la hija del director, pidió a su padre que matara a su personaje Samantha, la hermana de Mason. Él se negó.



Boyhood ya me tiene ganado durante sus últimos compases después de que el personaje de Olivia resuma el quid de la cuestión (la vida)«I just thought there would be more» «Tan sólo creí que habría más»Se avecina el síndrome del nido vacío después de que su segundo hijo se marche a la universidad. Pero va Linklater -o a quién se le ocurriera- y envuelve los créditos finales con  Deep Blue de Arcade Fire y me acaba por rematar. Tras dos horas y cuarenta y cinco minutos, cierra el telón Boyhood. Cierra el telón la vida. La de Mason. Me revuelve el estómago porque un servidor machacaba en la cadena de música [que le regaló su padrino por su comunión] el álbum The Suburbs de Arcade Fire cada tarde mientras estudiaba segundo de bachillerato. Eso o 1999 de Love of Lesbian. Dudo de que pueda volver a vivir un verano con tantos horizontes abiertos como el de 2012. 

Otra película a la que me había resistido a hincar el diente es Nebraska (Alexander Payne, 2013), una road movie en blanco y negro de cuyo libreto es artífice un desconocido Bob Nelson. Exceptuando a Will Forte (la gran sorpresa para mí), cuenta con un elenco protagonista de aúpa: Bruce Dern -padre de Laura Dern-, June Squibb (a la que recientemente he pillado en la minoritaria ficción de HBO Getting on) y Bob Odenkirk (Breaking BadBetter call Saul). Puede que Nebraska no relate doce años pero rezuma toda una vida, la de Woody Grant (Dern), a través de los diálogos y los descubrimientos que su hijo David (Forte) hace mediante la interacción con su propia familia o los habitantes del pueblo donde sus padres antes vivían. Nebraska podría ser hasta una reflexión sobre el recuerdo -más allá de la demencia senil (¿o es alzheimer?)- cuyo mayor exponente sería la disputa de toda la familia por quién prestó dinero a quién. Nebraska maneja a la perfección los fantasmas del pasado invocados durante el viaje, algo que por ejemplo la también road movie 'Grandma' (Paul Weitz, 2015) hace más torpemente. Boyhood y Nebraska abrazan tal simplicidad que las aúpa sin embargo a la complejidad narrativa. Si la primera acaba con un muchacho de 18 años, disfrutando de la infinidad del horizonte... la segunda finaliza con un padre y un hijo acercándose a ese horizonte que una vez creyeron perenne.