Sin spoilers | Si hubiera algo verdaderamente
extraordinario que rescatar de la memoria del año 2014 en términos de
entretenimiento, no sería una película (¿Boyhood?) o una serie de televisión (¿The
Leftovers? ¿Transparent?) sino un podcast: Serial. O mejor formulado: el primer
volumen de Serial (compuesto por doce entregas). Fue vendido como spin-off del
longevo podcast This American Life. Nadie previó que un programa de radio fuera
a convertirse en la nueva obsesión de la seriefilia con un género tan adictivo
pero manoseado en el documental y la ficción como el true crime (y el
whodunit). Para más inri, sobre un lugar común como la desaparición y asesinato
de una adolescente de 18 años cuyo principal sospechoso es/era su novio.
Pero Serial no sería un true crime al
uso (*) pues no solamente reabría y revisitaba un caso de asesinato -con el supuesto
culpable ya en la cárcel- sino que realizaba una esmerada radiografía del lugar
(el Baltimore de Estados Unidos, escenario también de la serie The Wire), los
tiempos (el ataque a las Torres Gemelas, la islamofobia post-11S) y la ley estadounidense además
de ofrecer al oyente el avanzar de una relación cada vez más estrecha entre la
periodista que capitaneaba dicha investigación (Sarah Koenig) y el supuesto
culpable de tal crimen (Adnan Syed). El oyente vibraba con las dudas en voz
alta de Koenig: ¿estaba siendo engatusada por Syed o era verdad que él era
inocente y estaba agarrándose a un clavo ardiendo?
(*) Aunque todo oyente deseara una resolución clara y contundente, abonada al territorio de la ficción sujeta estrictamente al planteamiento-nudo-desenlace.
Se transmitía autenticidad y verdadera
autoría (Koenig era la voz, la guía) y sobre todo: daba la sensación de estar
viviendo un evento, como aquel que ve en directo el final de una serie longeva
y de gran audiencia. Pero Serial, a pesar de ser concebida por sus
responsables y consumida por sus oyentes como una serie de ficción (¿un
docudrama?), se vio “obligada” a ceñirse a la realidad (al fin y al cabo se
trataba de un trabajo periodístico) y renunciar a algún twist final que desencajase
la mandíbula del oyente enganchado. Un giro de acontecimientos con el que otro
true crime –este, televisivo- sí se toparía de la manera más tonta: The Jinx,
documental de seis entregas de HBO. Una investigación periodística que también
contaría con el morbo de la relación entre su máximo responsable Andrew Jarecki
y su investigado Robert Durst.
Serial ni resolvió el misterio ni
cerró el círculo. Al final del día, era una investigación periodística que
apostó como ningún otro producto por el storytelling y las herramientas de la
narrativa (cebos, cliffhangers) para lograr mayor enganche y atracción (Capote
decidió inventarse, dicen las malas lenguas, el final de A sangre fría). Es
más, yo mismo creí en un principio que todo aquello era fingido, una especie
de documental falso. Pero no. Fue patente que ni siquiera los responsables de
Serial esperaban tal positiva y desmedida recepción. Se notaba que creaban
aquel relato sobre la marcha; tan sólo hay que echar un vistazo a la duración
de cada entrega, a veces duraba casi sesenta minutos y otras, treinta.
Su segundo volumen (compuesto por once
entregas) llegaría un año después del final del primero y tuvo que hacer frente
a la “maldición” del sophomore year (segundas partes nunca fueron buenas…). La
presión (un acuerdo económico de por medio e incluso un Peabody Award) hizo que
se corriera a encontrar una nueva historia que enganchara y dejara a sus
oyentes devanarse los sesos. Como ocurre con muchas segundas partes, se apostó
por el “más es mejor”: se ampliaron las miras (ahora el susodicho crime
involucraba no sólo a más personas sino a más importantes y el conflicto era
mucho más universal, menos íntimo y personal) y fue marcado un objetivo mucho
más ambicioso.
Nuevamente, lo que buscaba Serial era
hacer una radiografía ya no sólo del mundo legislativo de Estados Unidos sino
también de cómo funciona(ba) el militar. Una crítica. La búsqueda de
culpables. En mi opinión, aquella propuesta hubiera funcionado mejor si hubiera
sido Sarah Koenig la encargada de entablar conversación y conexión con el nuevo
protagonista del segundo volumen: el sargento Bowe Bergdahl, una especie del
ficticio Nicholas Brody de Homeland. Salvando las distancias, claro está.
Bergdahl se encontró acusado de deserción por su propio país tras estar cinco
años secuestrado por los Talibanes. Sin embargo, la principal fuente de este
segundo volumen serían las conversaciones entre Bergdahl y Mark Boal, guionista
de las últimas películas de Kathryn Bigelow, directora de cintas de género bélico como La noche más oscura y En
tierra hostil (*).
(*) El dúo creativo Boal-Bigelow está a punto de estrenar Detroit.
(*) El dúo creativo Boal-Bigelow está a punto de estrenar Detroit.
Las expectativas claramente jugaron en contra del podcast. No
ayudó además que meses antes del lanzamiento de su nuevo volumen, ya hubiera
publicaciones y filtraciones sobre el leitmotiv del mismo. Aquel true crime, de
secreto no tenía (casi) nada. Ya habían sido escritas páginas y titulares sobre
él. Las extensas conversaciones entre Bergdahl y Boal iban a servir para un
guion y llevarlo a la gran pantalla. El éxito inicial de Serial fue la
imprevisibilidad de su existencia como producto así como el rescate de un
crimen poco conocido que lograba la empatía del oyente. La más que posible
injusticia sobre Syed congregaba “en las ondas”. Sin embargo, las altas esferas
del segundo volumen y la distancia de Koenig fueron hándicaps difíciles de
esquivar.
Casi dos años y medio después, un
nuevo podcast descoloca a la blogosfera. De los responsables de Serial y This
American Life, procede S-Town cuyas siete entregas fueron lanzadas el pasado 28 de marzo de una misma
tacada uniéndose a la moda del binge-watching (*) de las series del modelo Video On
Demand [VOD (Netflix, Amazon)]. ¿Podríamos catalogarlo como binge-listening? En el caso de Serial, su emisión
fue semanal o posteriormente bisemanal (“every other week”). Serial y S-Town no
podrían ser productos radiofónicos más distintos pero a la vez tan similares.
Quizás la principal semejanza entre ambos sea su capacidad de adicción y la
estrecha relación entre periodista y sujeto protagonista. Durante sus primeros
compases, S-Town parece ser Serial II (o III), es decir, un nuevo true crime
que desempolva un crimen del pasado que pasó inadvertido en su momento y
simultáneamente pinta un cuadro de sus coordenadas temporales y espaciales así
como de los personajes involucrados.
(*) Maratoneo de toda la vida del señor.
Pero no, S-Town no es un true crime en
absoluto aunque juegue por momentos a ello. Sí, hay una muerte pero no precisamente de quien se nos “avisa” en un
principio. El oyente, tras escuchar la primera entrega, pensará que el
periodista Brian Reed se dedicará a investigar el supuesto asesinato de un
joven en un pequeño pueblo de Alabama. Es la segunda entrega la que establece realmente el quid de dicho
excepcional podcast con un giro digno del mejor thriller. O del mejor
realismo. S-Town es un género radiofónico que aúna múltiples géneros (uno de
ellos es el true crime) y múltiples historias. Es la historia sobre un hombre
diferente, extraordinario. Es una historia de recuerdos o más bien un rompecabezas de
recuerdos. Es la historia incluso de la búsqueda de un tesoro. Es la historia
de un lugar y sus gentes: la América profunda donde se pasea tranquilamente la
supremacía blanca. Es la historia de rifirrafes legales. Es la historia de
muchas historias de amistades y amores nunca consumados.
Si en el primer volumen de Serial, lo
que más enganchaba era la relación entre Sarah Koenig y Adnan Syed; en S-Town,
el motor principal de sus siete entregas es la imprevista relación entre el
periodista Brian Reed y John B. McLemore, (a partir de aquí spoilers) más si cabe cuando
uno de ellos acaba desapareciendo del mapa. En S-Town tampoco hay una gran
resolución del misterio (misterios) pues John en sí es un enigma imposible de
descifrar. El podcast cuenta con altas cuotas de emotividad, especialmente
cuando algunos entrevistados hablan de John o incluso el propio Reed expone sus
recuerdos sobre John.
(*) Aunque criticado por su “marco” hetero-normativo cuyo mayor exponente es la alusión a la película Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005). Slate (S-Town Was Great—Until It Forced a Messy Queer Experience Into a Tidy Straight Frame) y Vice ('S-Town' and the Loneliness of Being Gay in the Rural South) han escrito sobre ello. El artículo de Vice podría entroncar con este reportaje de HuffPost Highline a cargo de Michael Hobbes: The Epidemic of Gay Loneliness.
- Penúltimo apunte: ya hablé en su momento de Le llamaban padre (de la familia Podium Podcast de Prisa), un muy recomendable true crime radiofónico español aunque difícil de digerir por los temas que trata.
- Último apunte: el sumo mimo de S-Town llega incluso a sus créditos finales con A rose of Emily de The Zombies como fondo. Una letra que bien podría aplicarse a John: "There's loving everywhere but none for you" // "Hay amor en todas partes pero nada para ti".
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