Empecé este blog con 16 años y otro nombre (Dime que series ves y te diré cómo eres). En un principio solo hubo cabida para las series de televisión, pero más tarde amplié el contenido a todo aquello con un mínimo de ficción, incluso la propia vida. Decía Susan Sontag en Contra la interpretaciónque«en las buenas películas existe siempre una espontaneidad que nos libera por entero de la ansiedad por interpretar». Pero Carrie Bradshaw también decía en la excelente Sexo en Nueva York: «No pude evitar preguntarme».
Philip Seymour Hoffman as Truman Capote in Capote (Bennett Miller, 2005)
The genre so-called true crime has never been outmoded but nowadays it has found a new
comfortable home in radio and TV whose brilliance has been shown in serialized documentaries
(Muerte en León, The Jinx, Making a
Murderer) and podcasts (Serial). But
another field which was conquered a long time ago by the wave true crime is literature whose main
exponent is Truman Capote’s In Cold Blood, published in 1966. Despite its structure, it’s not a proper novel
but a non-fiction one. This work was born amidst the US New Journalism movement. In Cold Blood tells the murder (and
its aftermath) of four members of a middle-class family in a small city of Kansas
during 1959. The main characters throughout the 336 pages are the murderers:
Perry Smith and Richard Hickock.
The story could be divided in three parts: the
previous moments of the killing from the perspective of murderers and victims;
the discovery of the assassination, the investigation by the police and the
run-away of the killers; and the arrest of both and their trial. The writing
style is compelling but dense -it asks the reader for 100% attention due to the
complexity of subordinate phrases and introduction of quotes- and the plot itself
is intricate because of the multiple timelines (flashbacks included) , points
of view (even cats) and the never-ending list of secondary characters who
contribute to make the story as real as painful. The portrayal and development of
all characters (reminder: real people) are in-depth with the narrator giving
every single detail of the past and current situation of them, their physical
appearance and personality. Description of time and places are also in-depth.
In Cold Blood is not only a gripping reading about a brutal
murder and its manifold consequences but also a thought-provoking depiction of
(toxic) masculinity and gender. It’s even a social radiograph: how society
rejects non-normative and behaves when tragedy crashes into peaceful lives. You
should definitely read it if you are keen on New Journalism works, True
Crime genre or just beautifully well
written novels. But readers must be previously informed of explicit descriptions,
product of vicious but honest Capote’s approach to murder. Even so, its final
footnote is the most poetic passage someone will come across for a while.
Sin spoilers | Si hubiera algo verdaderamente
extraordinario que rescatar de la memoria del año 2014 en términos de
entretenimiento, no sería una película (¿Boyhood?) o una serie de televisión (¿The
Leftovers? ¿Transparent?) sino un podcast: Serial. O mejor formulado: el primer
volumen de Serial (compuesto por doce entregas). Fue vendido como spin-off del
longevo podcast This American Life. Nadie previó que un programa de radio fuera
a convertirse en la nueva obsesión de la seriefilia con un género tan adictivo
pero manoseado en el documental y la ficción como el true crime (y el
whodunit). Para más inri, sobre un lugar común como la desaparición y asesinato
de una adolescente de 18 años cuyo principal sospechoso es/era su novio.
Pero Serial no sería un true crime al
uso (*) pues no solamente reabría y revisitaba un caso de asesinato -con el supuesto
culpable ya en la cárcel- sino que realizaba una esmerada radiografía del lugar
(el Baltimore de Estados Unidos, escenario también de la serie The Wire), los
tiempos (el ataque a las Torres Gemelas, la islamofobia post-11S) y la ley estadounidense además
de ofrecer al oyente el avanzar de una relación cada vez más estrecha entre la
periodista que capitaneaba dicha investigación (Sarah Koenig) y el supuesto
culpable de tal crimen (Adnan Syed). El oyente vibraba con las dudas en voz
alta de Koenig: ¿estaba siendo engatusada por Syed o era verdad que él era
inocente y estaba agarrándose a un clavo ardiendo?
(*) Aunque todo oyente deseara una resolución clara y contundente, abonada al territorio de la ficción sujeta estrictamente al planteamiento-nudo-desenlace.
Se transmitía autenticidad y verdadera
autoría (Koenig era la voz, la guía) y sobre todo: daba la sensación de estar
viviendo un evento, como aquel que ve en directo el final de una serie longeva
y de gran audiencia. Pero Serial, a pesar de ser concebida por sus
responsables y consumida por sus oyentes como una serie de ficción (¿un
docudrama?), se vio “obligada” a ceñirse a la realidad (al fin y al cabo se
trataba de un trabajo periodístico) y renunciar a algún twist final que desencajase
la mandíbula del oyente enganchado. Un giro de acontecimientos con el que otro
true crime –este, televisivo- sí se toparía de la manera más tonta: The Jinx,
documental de seis entregas de HBO. Una investigación periodística que también
contaría con el morbo de la relación entre su máximo responsable Andrew Jarecki
y su investigado Robert Durst.
Serial ni resolvió el misterio ni
cerró el círculo. Al final del día, era una investigación periodística que
apostó como ningún otro producto por el storytelling y las herramientas de la
narrativa (cebos, cliffhangers) para lograr mayor enganche y atracción (Capote
decidió inventarse, dicen las malas lenguas, el final de A sangre fría). Es
más, yo mismo creí en un principio que todo aquello era fingido, una especie
de documental falso. Pero no. Fue patente que ni siquiera los responsables de
Serial esperaban tal positiva y desmedida recepción. Se notaba que creaban
aquel relato sobre la marcha; tan sólo hay que echar un vistazo a la duración
de cada entrega, a veces duraba casi sesenta minutos y otras, treinta.
Su segundo volumen (compuesto por once
entregas) llegaría un año después del final del primero y tuvo que hacer frente
a la “maldición” del sophomore year (segundas partes nunca fueron buenas…). La
presión (un acuerdo económico de por medio e incluso un Peabody Award) hizo que
se corriera a encontrar una nueva historia que enganchara y dejara a sus
oyentes devanarse los sesos. Como ocurre con muchas segundas partes, se apostó
por el “más es mejor”: se ampliaron las miras (ahora el susodicho crime
involucraba no sólo a más personas sino a más importantes y el conflicto era
mucho más universal, menos íntimo y personal) y fue marcado un objetivo mucho
más ambicioso.
Nuevamente, lo que buscaba Serial era
hacer una radiografía ya no sólo del mundo legislativo de Estados Unidos sino
también de cómo funciona(ba) el militar. Una crítica. La búsqueda de
culpables. En mi opinión, aquella propuesta hubiera funcionado mejor si hubiera
sido Sarah Koenig la encargada de entablar conversación y conexión con el nuevo
protagonista del segundo volumen: el sargento Bowe Bergdahl, una especie del
ficticio Nicholas Brody de Homeland. Salvando las distancias, claro está.
Bergdahl se encontró acusado de deserción por su propio país tras estar cinco
años secuestrado por los Talibanes. Sin embargo, la principal fuente de este
segundo volumen serían las conversaciones entre Bergdahl y Mark Boal, guionista
de las últimas películas de Kathryn Bigelow, directora de cintas de género bélico como La noche más oscura y En
tierra hostil (*).
(*) El dúo creativo Boal-Bigelow está a punto de estrenar Detroit.
Las expectativas claramente jugaron en contra del podcast. No
ayudó además que meses antes del lanzamiento de su nuevo volumen, ya hubiera
publicaciones y filtraciones sobre el leitmotiv del mismo. Aquel true crime, de
secreto no tenía (casi) nada. Ya habían sido escritas páginas y titulares sobre
él. Las extensas conversaciones entre Bergdahl y Boal iban a servir para un
guion y llevarlo a la gran pantalla. El éxito inicial de Serial fue la
imprevisibilidad de su existencia como producto así como el rescate de un
crimen poco conocido que lograba la empatía del oyente. La más que posible
injusticia sobre Syed congregaba “en las ondas”. Sin embargo, las altas esferas
del segundo volumen y la distancia de Koenig fueron hándicaps difíciles de
esquivar.
Casi dos años y medio después, un
nuevo podcast descoloca a la blogosfera. De los responsables de Serial y This
American Life, procede S-Town cuyas siete entregas fueron lanzadas el pasado 28 de marzo de una misma
tacada uniéndose a la moda del binge-watching (*)de las series del modelo Video On
Demand [VOD (Netflix, Amazon)]. ¿Podríamos catalogarlo como binge-listening? En el caso de Serial, su emisión
fue semanal o posteriormente bisemanal (“every other week”). Serial y S-Town no
podrían ser productos radiofónicos más distintos pero a la vez tan similares.
Quizás la principal semejanza entre ambos sea su capacidad de adicción y la
estrecha relación entre periodista y sujeto protagonista. Durante sus primeros
compases, S-Town parece ser Serial II (o III), es decir, un nuevo true crime
que desempolva un crimen del pasado que pasó inadvertido en su momento y
simultáneamente pinta un cuadro de sus coordenadas temporales y espaciales así
como de los personajes involucrados.
(*) Maratoneo de toda la vida del señor.
Pero no, S-Town no es un true crime en
absoluto aunque juegue por momentos a ello. Sí, hay una muerte pero no precisamente de quien se nos “avisa” en un
principio. El oyente, tras escuchar la primera entrega, pensará que el
periodista Brian Reed se dedicará a investigar el supuesto asesinato de un
joven en un pequeño pueblo de Alabama. Es la segunda entrega la que establece realmente el quid de dicho
excepcional podcast con un giro digno del mejor thriller. O del mejor
realismo. S-Town es un género radiofónico que aúna múltiples géneros (uno de
ellos es el true crime) y múltiples historias. Es la historia sobre un hombre
diferente, extraordinario. Es una historia de recuerdos o más bien un rompecabezas de
recuerdos. Es la historia incluso de la búsqueda de un tesoro. Es la historia
de un lugar y sus gentes: la América profunda donde se pasea tranquilamente la
supremacía blanca. Es la historia de rifirrafes legales. Es la historia de
muchas historias de amistades y amores nunca consumados.
Si en el primer volumen de Serial, lo
que más enganchaba era la relación entre Sarah Koenig y Adnan Syed; en S-Town,
el motor principal de sus siete entregas es la imprevista relación entre el
periodista Brian Reed y John B. McLemore, (a partir de aquí spoilers) más si cabe cuando
uno de ellos acaba desapareciendo del mapa. En S-Town tampoco hay una gran
resolución del misterio (misterios) pues John en sí es un enigma imposible de
descifrar. El podcast cuenta con altas cuotas de emotividad, especialmente
cuando algunos entrevistados hablan de John o incluso el propio Reed expone sus
recuerdos sobre John.
La película Brokeback Mountain sirve en S-Town para que el oyente "empatice" por comparación con uno de los romances homosexuales que tuvo John pero es también elemento clave del propio romance narrado en la sexta entrega del podcast
Hay un pasaje que podría encapsular la
esencia del programa de radio: Rita, una de las entrevistadas (la prima de John que
por momentos parece la villana de la función) le confiesa a Brian que cree que
Tayler (el “ahijado” de John que por momentos también parece el villano de la
función) es quien empujó a John al suicidio. Uno de los
grandes atractivos (*) de S-Town y su
co-protagonista John es su orientación sexual. Cómo vivía con ella en un ambiente
de represión, sus vivencias, sus ligues telefónicos. O sus amistades con las
que compartía pasión: la reparación de relojes, la horología. John era dos personas en una: el racista y
homófobo pero también el “semisexual” (o “queer”) que él mismo reconocía ser.
Al final, S-Town es un intento de descifrar el por qué acaba suicidándose una
persona. Qué factores le llevaron a ello. Y Brian Reed, más o menos, acaba
resolviendo dicho “crimen”. Otros “crímenes” no.
(*) Aunque criticado por su “marco” hetero-normativo cuyo mayor exponente es la alusión a la película Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005). Slate (S-Town Was Great—Until It Forced a Messy Queer Experience Into a Tidy Straight Frame) y Vice ('S-Town' and the Loneliness of Being Gay in the Rural South) han escrito sobre ello. El artículo de Vice podría entroncar con este reportaje de HuffPost Highline a cargo de Michael Hobbes: The Epidemic of Gay Loneliness.
Penúltimo apunte: ya hablé en su
momento de Le llamaban padre (de la familia Podium Podcast de Prisa), un muy
recomendable true crime radiofónico español aunque difícil de digerir por los
temas que trata.
Último apunte: el sumo mimo de S-Town llega incluso a sus créditos finales con A rose of Emily de The Zombies como fondo. Una letra que bien podría aplicarse a John: "There's loving everywhere but none for you" //"Hay amor en todas partes pero nada para ti".
Sin spoilers | Meterse a una sala de cine a ver una película de dos horas y media siempre me supone un dilema. No por la duración en sí sino por el cansancio que servidor lleve detrás y sobre todo: el tipo de película. Hace unos meses, corrí y sudé para llegar a tiempo a ver La reconquista (Jonás Trueba, 2016). Llegué exhausto durante los créditos iniciales y me dije: "si la película es buena, no importará el traqueteo". Mención a su idónea duración: noventa minutos. Poco a poco, a medida que servidor iba recuperando el aliento y la cabeza dejaba de martillear, la película fue deshojándose -mediante conversaciones entre sus ex-novios, una reducida pero vivaz presencia de Aura Garrido y un prolongado flashback- para demostrarme que no importaba cuán matao había llegado a la sala. Jonás Trueba, hasta hoy día, es un apostar sobre seguro: Todas las canciones hablan de mí, Los ilusos, Los exiliados románticos y la anteriormente mencionada. Por fin, además, he leído Crímenes imaginarios de Patricia Highsmith, presente en La reconquista. Es ya habitual encontrarse en el cine de Trueba alusiones a obras literarias pero en su última película, traslada la mera alusión verbal en imágenes: Sidney imaginándose cómo enrolla el cadáver de su mujer Alicia en una vieja alfombra. Una novela que une a dos ¿treintañeros? que compartieron el primer amor en la adolescencia. Por cierto, veo cierta conexión entre los Crímenes imaginarios de Highsmith y la Perdida de David Fincher/Gillian Flynn: la decadencia de un matrimonio que juega muy peligrosamente a la ruleta rusa con algún que otro fiambre real como consecuencia.
Hace unos meses acabé con una cita viendo Que dios nos perdone (Rodrigo Sorogoyen, 2016). Aquel viernes me había levantado a las seis de la mañana por lo que ver una película a las ocho de la tarde no era el plan más apetecible del mundo. Hice de tripas corazón pues precisamente había que darle alguna alegría al mismo. Sorogoyen también es, a día de hoy, un apostar sobre seguro. No, no he visto 8 citas ni tengo intención. Pero Stockholm (id, 2013) me resultó tan invasiva -en el mejor sentido de la palabra- que prestar atención a su siguiente obra era obligatorio. Que dios nos perdone me despertó de aquella modorra con un thriller apabullante. Doy gracias a ese increcendo continuo. Ver cadáveres de viejas desnudas con todo el matojo al aire -con un plano que ni lo esconde ni lo espeta a la cara- me hizo de café. Cabe mencionar la conexión (¿inspiración?) entre nuestra patria Que dios nos perdone y la argentina El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009), ambas con un final donde la justicia es ejecutada precisamente en sus márgenes: con el corazón en una mano y el machete en la otra. Y en ambas, el ambiente socio-político del momento y la amistad entre profesionales juega un papel relevante.
Hace años lo pasé francamente mal viendo La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) y no por su explícito sexo sino por su duración. Era tarde-noche, yo estaba con medicación hasta el culo y tenía mucho sueño. Ergo, se me atragantó la película (y los espaguetis). Sin embargo, me sorprendo en mi cabeza defendiendo la película. Soy capaz de separar la experiencia del visionado de la excelente calidad de la película. Precisamente hace unas semanas acabé bailando su ya apropiado I Follow Rivers de Lykke Li en Ochoymedio.
Algo similar me ocurrió con Aquarius/Doña Clara (Kleber Mendonça Filho, 2016) hace unas semanas. Sí, con una cita. Sentí tentación de ver Toni Erdman pero aquella tarde yo no tenía tres horas de completa atención e inmersión. Media hora más, media hora menos, acabé (acabamos) viendo los 140 minutos de Aquarius. Una muy notable película que requiere atención, paciencia, el acto de saborearla. El cansancio y el martilleo de la cabeza aceleraron a partir del ecuador del visionado. Acabé deseando que llegaran los créditos finales sólo para poder respirar aire fresco. Aún así, hay escenas que me visitan en el recuerdo: Clara (*) conociendo al novio de su hijo mediante una fotografía del móvil. Diciéndole al hijo que no está muerta, que llame, que no mande solo mensajes, que vaya a verla. Clara despidiendo a sus tres hijos y nietos, viendo los coches irse, volviendo a una soledad que ella parece disfrutar.
(*) Sonia Braga, a la que recientemente he visto en tres episodios de Sexo en Nueva York como interés amoroso-sexual de Samantha(Kim Cattrall).
Aquarius me recordó a otra película protagonizada por una mujer: L'avenir/El porvenir (Mia Hansen-Løve, 2016). Aquí es Natalie (Isabelle Huppert), a la que recuerdo cogiendo en brazos a su nieto durante los últimos compases de la película para a continuación la cámara atravesar el piso a golpe de Unchained Melody (*) de The Fleetwoods. También recuerdo a Natalie explicando a sus alumnos en mitad del parque que en el arte (en el cine), es el tiempo el que dictamina la verdad sobre su calidad (¿quién se atreve a afirmar que Homero o Shakespeare son un mojón?). Ambas películas, con sus conflictos centrales (una constructora al acecho o un marido infiel), hablan largo y tendido de la vida. De su cortedad y, ¿por qué no?, de su ligereza (la vida que pesa es aquella que es vacía según Milan Kundera en La insoportable levedad del ser). Tanto Clara como Natalie han vivido mucho (cáncer incluso) y seguirán viviendo mucho. Sin sus maridos (una muerte, una infidelidad más un divorcio) y con sus hijos, sus nietos. En ambas películas, ambas mujeres afrontan los problemas con tranquilidad y serenidad (*), no montan grandes dramas.
(*) "A long, lonely time / Time goes by so slowly" | "Un largo, solitario tiempo / El tiempo transcurre tan lentamente".
(**) Excepto por Clara -cuya paciencia es drenada- que acaba explotando durante la última escena de la película tras un mazazo recibido en forma de termita.
La cita de Que dios nos perdone no fue a ningún lado. Quedé con él una vez más y no nos volvimos a ver. ¿La cita de Aquarius/Doña Clara? El tiempo dirá.
La prueba: Sonia Braga dándolo todo en Sexo en Nueva York