Empecé este blog con 16 años y otro nombre (Dime que series ves y te diré cómo eres). En un principio solo hubo cabida para las series de televisión, pero más tarde amplié el contenido a todo aquello con un mínimo de ficción, incluso la propia vida. Decía Susan Sontag en Contra la interpretación que «en las buenas películas existe siempre una espontaneidad que nos libera por entero de la ansiedad por interpretar». Pero Carrie Bradshaw también decía en la excelente Sexo en Nueva York: «No pude evitar preguntarme».

martes, 17 de diciembre de 2019

sábado, 30 de marzo de 2019

Memoria amortajada


Sentenció José Ortega y Gasset en Estudios sobre el amor que «cada época posee su estilo de amar». A mi padre, Jesús, de 62 años, se le iluminan el rostro y la voz cuando la nostalgia le empaña el recuerdo sobre su noviazgo con mi madre, MariTina, de 58. Un sábado, de niño, pasamos en coche por un McDonald's de Madrid; papá nos contó a mi hermana y a mí que allí había conocido a mamá durante los ochenta cuando todavía era la discoteca Victoria. Él, de la capital; ella, de un pueblo salmantino, que se había venido pá Madrí como asistenta en un hogar de bien. Acabaron en Suiza sin pasar por la vicaría. Jesús siempre rememora la primera persona con la que habló cuando llegó al pueblo, sin previo aviso, en busca de MariTina. Le preguntó por el barrio Las Tenerías, que dónde vivían Manuel y Gene. Aquella interlocutora era mi tía-abuela, Cecilia, a punto de enviudar de su esposo. Mi padre siempre revela que comprendió lo mucho que quería a Gene –su suegra, mi abuela– cuando, recién muerta, la observó amortajada en el tanatorio. Cuatro años antes, mi abuelo materno había sido amortajado en su casa.
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El amortajamiento protagoniza uno de los momentos más punzantes de Dolor y gloria, lo nuevoúltimo de Pedro Almodóvar. La madre del protagonista (un cineasta venido a menos) le explica a su hijo cómo quiere ser amortajada: con su mantilla, su rosario y descalza para entrar lo más ligera posible al Cielo. Días antes había visto su cuarta película, ¿Qué he hecho yo para merecer esto! (1984) y me prendé de un detalle tonto: un cuadro ubicado en el piso de la protagonista, una ama de casa(s) hasta el moño.

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Días después visité a mi abuelo paterno, Alfonso, de 88 años. Eran las cinco de la tarde; estaba dormido sobre la mesa en su despachito, donde lee La Razón y hace sopa de letras. Le desperté para su café, sus cuatro galletas y sus dos cigarritos. Y entonces me topé con el mismo cuadro del filme de Almodóvar: una manada de caballos galopando sobre un enorme charco. Papá me contó que el abuelo se había hecho con aquella pintura, de Alfredo Palmero, en una exposición. Alfonso, como constructor, había trabajado con el hijo de Palmero, aparejador.

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El mismo sábado que vi Dolor y gloria, un día después de atar cabos, mi abuelo fue ingresado por enésima ocasión en urgencias. Líquido en los pulmones. Un wasap el siguiente jueves: «Acaba de morir». Hace cinco años viví seis meses con él. Fue cuando aprendí lo mucho que le quería.

domingo, 24 de febrero de 2019

Fotogramas que molan (III)


En «Vámonos, Bárbara» (Cecilia Bartolomé, 1978), hay una escena sincera, a la par que polémica.

Durante uno de los viajes de esta particular road movie entre una madre (Amparo Soler Leal procedente de la turbia «Mi hija Hildegart») y su hija, ambas presencian un rifirrafe entre el autobusero y las pasajeras. 

Después de que se baje del autobús una joven con sus 4 hijos (va a cuidar a su madre enferma), una señora manifiesta en alto su lástima hacia ella: «Pobre criatura... A ese marido habría que castrarle». Es cuando el conductor intercede: «¡Oiga usted, ni que fuera sólo culpa del marido! A ver si ella no tiene nada que ver...». Otra pasajera le rebate. Él vuelve a la carga: «Pues para eso se casan, ¿no?». «Sí, para que la espatarren a una y le hagan una barriga cada año. ¡11 tuve yo y 14 mi madre!», le contesta la primera mujer. «¿Y qué quiere usted, que se lo echemos a un perro?», se defiende él. Surge entonces una improvisada conversación entre las pasajeras: «Si un tío tiene miramientos y lleva un poco de cuidao...» / «¡Que van a lo suyo y a una que la parta un rayo!» / «Lo que yo digo... ¡que habría que cortársela!».

Y el señor al volante se enfada: «¡Ya está bien señora, que estoy hasta las narices de oírle insultar!». Ella no se amilana: «¡Pues se tapa las orejas! Y haga el favor de mirar cómo conduce, que nos va a estrellar por meterse en donde no le importa»

Y llega la amenaza de él: «¡O se callan o no sigo!». Y no sigue. Frena y se baja del autobús a fumarse un cigarro. Ellas se amotinan y corren tras él.

PD: Me desconcierta el hecho de que esta película fuera una suerte de remake de «Alicia ya no vive aquí» (Martin Scorsese, 1975), 

domingo, 10 de febrero de 2019

Fotogramas que molan (II)


Eusebio Poncela y una niña Manuela Velasco en «La ley del deseo» (Pedro Almodóvar, 1987). Quizás sea la escena más icónica de esta película. Madrid y su sofocante verano son personajes secundarios. El maravilloso personaje de Carmen Maura una actriz transexual, hermana del cineasta protagonista– tiene tanto calor que una noche le pide a un trabajador de la limpieza que le riegue enterita. Es un acto de liberación y rebeldía. La película es ELLA. 



Me gusta cómo Almodóvar (con cameo inclusive como dependiente de una ferretería) introduce la pantalla partida durante la conversación telefónica entre Pablo (Poncela) y su examante Juan (Micky Molina se da un aire a Álex García). «Estoy tratando de olvidarte y cuando uno trata de olvidar, no escribe», le dice el protagonista. 


Almodóvar marcándose un fugaz cameo como ferretero

Más allá del guiño paternofilial (los Guillén como padre e hijo policías), me quedo con el ¿guiño? a «Arrebato» (Iván Zulueta, 1979): la escena de Pedro, el cineasta, con una fan (Marta Fernández Muro). En la película de Zulueta, los personajes de Poncela y Fernández Muro comparten amistad, droga y curiosidad malsana hacia el primo de ella, el enigmático Pedro (Will More).

La ley del deseo (arriba) y Arrebato (abajo) 


domingo, 3 de febrero de 2019

Fotogramas que molan (I)


Eusebio Poncela en «Arrebato» (Iván Zulueta, 1979). El escenario es reconocible: la Plaza de los Cubos de Madrid. Años más tarde, Poncela volvería a protagonizar una escena en este mismo lugar en «La ley del deseo» (Pedro Almodóvar, 1987). En ella, su personaje (un cineasta homosexual) se despide temporalmente de su nuevo y obsesivo amante (Antonio Banderas). Donde desayunan (la cafetería con paredes de color naranja) es ahora un 100 Montaditos. El Burger King, de fondo, está ahora en otro local más a la derecha de la plaza; ahí ahora hay un McDonald's. Parece que al cineasta manchego le gusta esta localización. En la soberbia «Julieta» (2016), hay una escena en el subterráneo que conecta con la Calle de Martín de los Heros; más concretamente en la fachada de los Renoir Princesa.