Empecé este blog con 16 años y otro nombre (Dime que series ves y te diré cómo eres). En un principio solo hubo cabida para las series de televisión, pero más tarde amplié el contenido a todo aquello con un mínimo de ficción, incluso la propia vida. Decía Susan Sontag en Contra la interpretación que «en las buenas películas existe siempre una espontaneidad que nos libera por entero de la ansiedad por interpretar». Pero Carrie Bradshaw también decía en la excelente Sexo en Nueva York: «No pude evitar preguntarme».

sábado, 6 de abril de 2013

Allí donde solíamos amar

El otro día leyendo la edición de abril de Cinemanía me topé con un curioso ranking de amores a distancia con motivo del estreno en España de 'Un amor entre dos mundos' (Juan Diego Solanas, 2012); por supuesto estaba 'Antes del amanecer' (Richard Linklater, 1995) e incluso 'El diario de Noa' (Nick Cassavetes, 2004) pero me sorprendió muy gratamente encontrarme con 'Los amantes del círculo polar ártico', obra del director español Julio Medem que fue estrenada hace ya 17 años. ¡Uau, yo tan sólo tenía dos años!

Spoilers ligeros | Ya era hora de reivindicar en mi blog una de las películas que más me ha gustado de lo que llevamos de 2013 y, ¿por qué no?, una de las que más me ha llegado al corazón. La de veces que habré visto los últimos minutos del largometraje; ese broche final a una apasionante historia de amor llena de casualidades y dramas con ecos de tragedia griega. 'Los amantes del círculo polar ártico' es la historia de amor -en mayúsculas- entre Anna y Otto (¡el piloto!) desde su infancia hasta la vida adulta; es el relato de un amor en secreto pero el más intenso y duradero de todos. Su originalidad no reside en la premisa y/o el argumento inicial del largometraje -¡oh, el amor entre dos hermanastros!- sino en el desarrollo del mismo y el cómo a través de los ojos y la voz en off de sus dos protagonistas, convirtiéndose el doble relato en la gran baza de la película y esquivando todo tipo de repetición en la sucesión de los hechos a pesar de su esquema aparentemente repetitivo. La narración juega con nosotros y nos manipula pero gusta; uno vive el drama con mayor intensidad, como si de repente se convirtiera en esos amantes que de pasajeros tienen poco. El desbordamiento de sentimientos tiene un gran as en la manga: la música compuesta por Alberto Iglesias, la cual multiplica por mil el compromiso del espectador con Anna y Otto, deseando un final feliz a pesar del paso del tiempo y los inevitables bandazos y reveses de la vida. 

Como ya avanza el título, es una historia con final cerrado como si de un círculo se tratase y esa es su mayor magia: comprobar lo cíclica que resulta la vida con principios, casualidades tontas, imprevistos crueles y finales. Volad con la película durante 114 minutos como los aviones de papel de Otto, haced el amor con el sonido de la lluvia de fondo como lo hacen los protagonistas y esquivad su mayor error: no gritar a los cuatro vientos su deseo y amor mutuos. No paséis a mejor vida por (ausencia de) amor, es la peor muerte de todas y la más triste y solitaria. Viajad a Finlandia y convertid el frío el calor, la noche en el día y el recuerdo en presente. Comprad corazones rojos. Tan sólo huid del tiempo y que nunca os alcance. A Anna y Otto nunca les alcanzó... o sí -¿quien sabe?- , pero ellos esperaron aquellas noches mirando al sol. Fueron valientes y saltaron por la ventana.

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